La profesora leía un relato que, a decir verdad, poco me llamaba la atención. La manera que producía los sonidos no causaba efecto alguno en mi hasta que mencionó en el relato que la protagonista tenía sus labios pintados de un rojo pasión. Esa frase caló hondo en mi memoria, principalmente por lo que ese labial en particular representa para mi, porque para esa profesora pudo haber sido fácilmente un mero detalle, sin embargo en mi vida escolar ha marcado puntos claves.
Todo comenzó en época de los cumpleaños de mis amigas, que pareciera que sus madres se habían coludido para tenerlas en la misma semana, todas cumplían años y lo celebraban juntas. Éramos alumnas de cuarto básico, muy pequeñas para pensar en cosas más relevantes que muñecas y juegos, pero a ellas les regalaron labiales rosa, a todas y cada una de ellas le dieron ese rosa fosforescente que tanto me molestaba y que el profesor odiaba también. Decidí comprarme uno rojo... pasión. El profesor de matemáticas, irritado por esa "gota que rebalsó el vaso", decidió que nadie iba a "pintarse la trompa" como él decía. Fue muy malo e hiriente, pero me marcó, no fue lo que dijo, sino cómo lo dijo; siempre había sido un tanto dominante y poco colaborativo; era el tipo de profesor que Lippit y White (1938) considerarían dentro del estilo autoritario en sus arquetipos pedagógicos: Distante con el grupo y dando órdenes tajantes. Recordé nuevamente a este profesor en nuestra primera sesión de clases, cuando nos pidieron redactar experiencias de clases en la enseñanza básica, buenas y malas, él fue el primero en aparecer en mi mente, pero eso no es nada por lo que deba alguien enorgullecerse.
De ahí en adelante el labial rojo era símbolo de rebeldía, de fuerza, de liberación, y lo usé el primer día de clases en la universidad, justamente para sentir que era libre de los uniformes, libre de las niñerías. Esa clase de matemáticas en cuarto básico pasó a ser parte de mi opinión del profesor, ya nunca pude entender bien en esa clase y no tenía el deseo de aprender; totalmente opuesto a cuando llegué a clases superiores y la profesora tenía el mismo labial rojo, aunque un tono más oscuro. Demostró seguridad, alegría, y un poco de complicidad. Su actitud reflejaba el ánimo que tanto ansiaba ver en un profesor. Lo poco que hablamos con ella me reflejó lo que más tarde aprendí ser un arquetipo pedagógico de estilo Integrador, como lo reconocería Anderson (1945): Clima cordial, crítica constructiva y uso del reconocimiento y elogio.
Con la profesora universitaria recordé un poco la historia que había impulsado en mi el deseo de ser educadora, un relato que más adelante sería leído en clases para analizarlo en grupo: "No sabía educar hasta que te conocí". Esta corta pero poderosa narración causó tal efecto en mí, que decidí enseñar no tan sólo a hablar en otro idioma, pero enseñar que son capaces, que pueden más, ser mejores y hacer finalmente, de este, un mundo mejor.
Quiero, en resumidas cuentas, lograr lo que Ken Robinson, docente que impulsa la creatividad, explica en su frase: "La imaginación es la fuente de todo logro humano". Ayudar a otros a ser más creativos, que resuelvan sus problemas gracias a que alguien les guió a la solución. Como se destaca en uno de los pisos de la universidad: "La creatividad es la inteligencia pasándolo bien" (Albert Einstein). Por eso quiero aprender más, para ayudar de mejor manera a que alguien persiga y logre sus sueños, porque al enseñarles eso estaría cumpliendo yo el mío.
lunes, 30 de marzo de 2015
Hasta la media noche... cual Cenicienta
Tengo una visión diferente del mundo. Una de la que vale la pena mencionar. Cuando surgió toda la efusión de la Cenicienta, la película nueva, no sé qué tiene de novedoso, pero ya entendí: queremos sentir que la magia es más real, más humano, que tenemos más cerca la fantasía.
Así mismo me siento, sólo que no necesito magia para sentir la fantasía.
No sé si lo llegarás a leer, pero ese día que te apoyaste en mi hombro, mirábamos a la gente bailar, escuchábamos la música y veíamos como a la viejita le iba a doler la cadera a la mañana siguiente. En ese instante, ese preciso segundo cuando tu cabeza tocó mi hombro, todo mi ser se electrificó. Sentí mis nervios desde el borde de mi talón -solo porque la punta de los pies ya está muy gastado- hasta llegar a mis uñas, bordeando mis hombros y subiendo a mi cabeza. No voy a mentir, tenía muchas ganas de tomar tu mano, tenía un deseo firme que mis impulsos guiaran mis movimientos y marcar ese momento por toda la vida. No lo hice y no me arrepiento, solo me quedé con las ganas de saber qué habría pasado. Esa misma electricidad la sentí junto a un olor de pizza al día siguiente, cuando decidí dejar que mis impulsos guiaran mis manos hasta las tuyas. Manos firmes, fuertes, suaves, protectoras, llenas de seguridad y muertas de miedo al mismo tiempo. Pienso que ese pavor provenía del nerviosismo de la novedad, esto que es tan insólito en gente como nosotros.
No puedo evitar recordar el movimiento casi de baile al cambiar de lado para subir al auto, lo admito, no quería soltarte, no quería sentir como esa corriente me dejaba, quería que ese segundo durara por más de una noche, como dicen los cuentos, hasta más allá de la medianoche, aunque fueran las 1 de la mañana.
Luego llegamos y otra vez ese punzón constante. Ese dolorcito en la parte posterior del cuello, esa energía que me impulsa a pensar en el siguiente movimiento, buscar la excusa perfecta para encontrar esa electricidad otra vez. Intenté sacar de mi cabeza el olor de la comida, borrar de mi boca el sabor del helado, eliminar de mi vista la película y quitar de mis oídos los parlantes de la sala, quería que todos mis sentidos se concentraran en esa energía, ese punzón, esa sensación de cosquilleo en la espalda. Una vez más llegó y duró todo el tiempo que jugábamos a qué tan suave estaban las uñas del otro. Luego de eso, no pude evitar buscar eso otra vez. Eso que te causa tanto nervio. Eso que te hace vulnerable y completamente expuesto, eso que me encanta porque te hace ver valiente.
Siempre has sabido mejor que yo en cuanto a eso, bajar los muros y dejar que vean tu corazón, pero no es difícil, desde tus ojos se puede ver la claridad, la paz, la emoción, porque eres así, sin oscuridad que nuble tus más profundos deseos. No como yo, que pongo muros cada vez que siento una amenaza, cada vez que siento que quedaré expuesta. Esta vez es diferente, haces que quiera ser mejor y borrar todas las lineas que he dibujado entre el mundo y yo, entre la vergüenza y mi alma. Ya no hay barreras que me impidan ser directa, firme y fuerte ante lo único que me dobla hasta las rodillas, lo único capaz de hacerme parecer una niña pequeña, sin tener más que una idea.
Es interesante como la mente trabaja, piensas que todo está hecho, hasta que haces algo más.
Así mismo me siento, sólo que no necesito magia para sentir la fantasía.
No sé si lo llegarás a leer, pero ese día que te apoyaste en mi hombro, mirábamos a la gente bailar, escuchábamos la música y veíamos como a la viejita le iba a doler la cadera a la mañana siguiente. En ese instante, ese preciso segundo cuando tu cabeza tocó mi hombro, todo mi ser se electrificó. Sentí mis nervios desde el borde de mi talón -solo porque la punta de los pies ya está muy gastado- hasta llegar a mis uñas, bordeando mis hombros y subiendo a mi cabeza. No voy a mentir, tenía muchas ganas de tomar tu mano, tenía un deseo firme que mis impulsos guiaran mis movimientos y marcar ese momento por toda la vida. No lo hice y no me arrepiento, solo me quedé con las ganas de saber qué habría pasado. Esa misma electricidad la sentí junto a un olor de pizza al día siguiente, cuando decidí dejar que mis impulsos guiaran mis manos hasta las tuyas. Manos firmes, fuertes, suaves, protectoras, llenas de seguridad y muertas de miedo al mismo tiempo. Pienso que ese pavor provenía del nerviosismo de la novedad, esto que es tan insólito en gente como nosotros.
No puedo evitar recordar el movimiento casi de baile al cambiar de lado para subir al auto, lo admito, no quería soltarte, no quería sentir como esa corriente me dejaba, quería que ese segundo durara por más de una noche, como dicen los cuentos, hasta más allá de la medianoche, aunque fueran las 1 de la mañana.
Luego llegamos y otra vez ese punzón constante. Ese dolorcito en la parte posterior del cuello, esa energía que me impulsa a pensar en el siguiente movimiento, buscar la excusa perfecta para encontrar esa electricidad otra vez. Intenté sacar de mi cabeza el olor de la comida, borrar de mi boca el sabor del helado, eliminar de mi vista la película y quitar de mis oídos los parlantes de la sala, quería que todos mis sentidos se concentraran en esa energía, ese punzón, esa sensación de cosquilleo en la espalda. Una vez más llegó y duró todo el tiempo que jugábamos a qué tan suave estaban las uñas del otro. Luego de eso, no pude evitar buscar eso otra vez. Eso que te causa tanto nervio. Eso que te hace vulnerable y completamente expuesto, eso que me encanta porque te hace ver valiente.
Siempre has sabido mejor que yo en cuanto a eso, bajar los muros y dejar que vean tu corazón, pero no es difícil, desde tus ojos se puede ver la claridad, la paz, la emoción, porque eres así, sin oscuridad que nuble tus más profundos deseos. No como yo, que pongo muros cada vez que siento una amenaza, cada vez que siento que quedaré expuesta. Esta vez es diferente, haces que quiera ser mejor y borrar todas las lineas que he dibujado entre el mundo y yo, entre la vergüenza y mi alma. Ya no hay barreras que me impidan ser directa, firme y fuerte ante lo único que me dobla hasta las rodillas, lo único capaz de hacerme parecer una niña pequeña, sin tener más que una idea.
Es interesante como la mente trabaja, piensas que todo está hecho, hasta que haces algo más.
martes, 10 de marzo de 2015
I feel pretty, oh so pretty
Hoy sucedió algo que me descolocó, de una manera tan sutil, tan hermosa, tan espectacular.
El Domingo me vestí como una princesa, me puse rubor, pinté mis labios, alisé mi pelo, me puse perfume, tacones lindos, uñas con brillo. Nadie dijo nada de todo eso, todo fue en cuanto a qué dije o qué hablé. Todo fue de adentro.
Lunes normal, Universidad y todo bien, llegué a trabajar con el pelo tomado, tenía calor por primera vez en este último tiempo, estaba cansada y con ganas de sacarme los zapatos, muerta de hambre, sin maquillaje y sin uñas pintadas. Y luego sucedió lo que nunca esperaba. Él me miró a la cara, no con la intención de enamorarme ni de seducirme, no con el deseo de sobresalir, solo porque quería decirlo. "Eres linda"
Ahí cambió mi percepción de la vida. Entonces, si soy linda, entonces si vale la pena esperar un poco más. Entonces si hay esperanza en el futuro.
No sé explicarlo, pero resulta que ahora tengo un boost de confianza que antes no tenía. Los pasaditos por agua tibia se quedaron atrás.
El Domingo me vestí como una princesa, me puse rubor, pinté mis labios, alisé mi pelo, me puse perfume, tacones lindos, uñas con brillo. Nadie dijo nada de todo eso, todo fue en cuanto a qué dije o qué hablé. Todo fue de adentro.
Lunes normal, Universidad y todo bien, llegué a trabajar con el pelo tomado, tenía calor por primera vez en este último tiempo, estaba cansada y con ganas de sacarme los zapatos, muerta de hambre, sin maquillaje y sin uñas pintadas. Y luego sucedió lo que nunca esperaba. Él me miró a la cara, no con la intención de enamorarme ni de seducirme, no con el deseo de sobresalir, solo porque quería decirlo. "Eres linda"
Ahí cambió mi percepción de la vida. Entonces, si soy linda, entonces si vale la pena esperar un poco más. Entonces si hay esperanza en el futuro.
No sé explicarlo, pero resulta que ahora tengo un boost de confianza que antes no tenía. Los pasaditos por agua tibia se quedaron atrás.
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