Esta
semana visité un lugar mágico, lleno de amor; visité un lugar completamente
nuevo para mí, era una especie de salón pequeño, no era un lugar físico, pero
era un lugar en el que descubrí algo muy importante.
Siempre
estoy hablando de cómo el enseñar es dejar parte de uno mismo impregnado para
siempre en los recuerdos de quien aprende. Lo especial de la mirada que esa
persona tiene al comprender algo por primera vez. Sus ojos se abren con
emoción, el brillo que de ellos emana es un toque de fantasía a la mirada; su
boca se abre para dejar el espacio al aire que los pulmones necesitan para
continuar asimilando esta nueva y emocionante información. Junto a esto viene
la inhalación en sorpresa, y luego la sonrisa. Eso que nos mueve a seguir
enseñando.
He
leído tantos relatos de otras personas siendo parte del proceso tan maravilloso
de darle a alguien la oportunidad para tener más, desear más, amar más. Este
gran poder que se otorga sólo a aquellos que sinceramente desean usarlo para el
bien. Suena incluso un poco cómico, pero ya lo hemos escuchado antes: docentes
que se interesan a tal grado por sus alumnos que investigan la manera de
hacerles volver a ser la mejor versión de sí mismos, así lo expresa Rosario
Gómez en su acertado relato “No sabía educar hasta que te conocí”. También
podemos destacar la valorable función de una docente que confiaba en esa magia
de enseñar, cuando no sólo con contenidos, pero con actividades, respeto y
cariño supo sacar adelante un grupo de jóvenes al cual nadie le tenía muchas
esperanzas, Diana Racioppi, por ejemplo, volvió a elegir a su grupo de alumnos.
Muchos
son los ejemplos que tenemos, yo misma he visto cómo el ver a los niños como
más que números, clientes y estadísticas hace la diferencia al principio sutil
y luego a mayor escala. Las aventuras de ser una alumna van llegando a su fin
más rápido de lo que esperaba, pero dando paso a expresar la pasión que siento al compartir
esta alegría del saber.
Poco
ha sido expresado en cuanto a los contenidos que se deben enseñar, el Señor Cox
en su escrito relacionado a las políticas educacionales nos trata de dar una
visión fundada en cuanto a las situaciones que hoy en día vemos. Sin embargo,
nada en el sistema educativo cambiará si no hay personas dispuestas a ser y
hacer más de lo que se nos enseña. Más que solamente hablar o leer de un libro.
Personas comprometidas con la realidad, comprometidas con la pasión y la
entrega que un trabajo como éste requiere, para que jóvenes en situaciones
diferentes puedan tener resultados positivos.
Hay
tantos niños y jóvenes que necesitan de un buen docente para seguir adelante en
su vida. Stella, en la película, necesitaba el apoyo que en su familia no
encontraba, el énfasis que se le hacía para estudiar no era el propicio, pero
aun así debía seguir adelante. Otro ejemplo tenemos en los basquetbolistas bajo
el alero del Coach Carter, no tenían en sus hogares el apoyo suficiente para
ser más que lo que se esperaba de ellos por su condición socioeconómica. Es por
ello que se necesitan maestros dispuestos a ser más que solo una enciclopedia
andante.
Este
es parte del lugar mágico que visité. Comenzó esta sensación cuando visitamos
la primera institución educativa, el Liceo Samca Arumanti, prosiguió y aumentó
al visitar la Escuela especial Flor del Inca. Ese lugar fue una revelación
diferente, fue un descubrimiento que personalmente necesitaba. He estado
trabajando haciendo clases durante un tiempo, pero todo aquel que ha hecho
clases sabe que llega un punto, en algún momento, en el que los milagros de la
enseñanza dejan de ser tan visibles, las ideas comienzan a gastarse un poco y
el ánimo deja de estar tan arriba como al principio. Ese es el momento preciso para
recargar las energías.
Es
preciso que los educadores tengan el deseo de ser quienes eduquen, no quienes
simplemente hagan clases. Me siento cercana a la opinión de quien habló de su
paso por la educación primaria y la importancia de considerar a esos niños como
parte importante, a esa etapa como algo más que solo un paseo rápido lleno de
juegos.
He
llegado a amar la enseñanza por la magia que de ella sale. Tal como la energía,
que no se crea ni se destruye, sólo se transforma, así siento que deben ser las
enseñanzas que impartimos, transformar nuestras experiencias en nuevas maneras
de explicar, en nuevos ejemplos para dar. Siento que el ejercicio constante de
nuestra capacidad sólo ayuda a mantenernos dentro de los rangos aceptables, sin
embargo para estar dentro de los rangos de la excelencia debemos hacer un
ejercicio constante de nuestra capacidad y de nuestra creatividad, de nuestra
felicidad y de nuestra metodología.
Muchos
procesos llegan a su final, pero todo vuelve a comenzar en el instante en que
decidimos volver a enseñar. Esa es la magia, y ese es el lugar.