Él me miró en muchas ocasiones y, con mirada juguetona, lo miré también un par de veces. Nada especial había en él, nada fuera de lo normal. Un joven alto de jeans y zapatillas, su mochila pesada y sus audífonos blancos. Todo iba bien, hasta que decidió mirarme por más de lo acostumbrado por un completo extraño. Su mirada me quemaba en la piel y yo sabía que estaba interesado. Me resistí por un par de minutos hasta que mi curiosidad no me permitió seguir ocultándome tras mi libro. Lo miré y le sonreí. Ese fue mi error.
Se acercó y preguntó si yo también era de "La Rivera". La última estación del tren, precisamente en la que yo vivía pero no quería admitirlo; con un nervioso "¿Por qué preguntas?" Tornamos la conversación en mejillas coloradas y narices arrugadas. Me contó que se había mudado hoy a ese sector y le costaba orientarse, pero que esta mañana me había visto subir al tren.
Conversamos por los siguientes 5 minutos hasta que el silbido del tren nos devolvió a la normalidad. Yo ya estaba perdida en su mirada pero sabía disimularlo porque, ¿cómo iba a sentirme atraída por un completo desconocido? No tenía ni pies ni cabeza esta situación, así que decidí agarrar mi bolso y mi guitarra y subí al tren.
Entramos y se sentó junto a mí mientras cerraba su mochila tras sacar un par de manzanas. Me ofreció una pero no quise aceptarla, aún la situación era incomoda. El olor del trabajo lo tenía pegado en la nariz, además había que agregar el olor sudoroso de la estación y el encierro del tren. Ya no podía con tanto, pero él me miró y me preguntó por la guitarra, que si tocaba y si le podía tocar algo. Me sorprendí con su "por favor!" Y su carita de perro mojado. Aún dudosa saqué la guitarra y le comencé a contar que soy maestra de música en un pequeño colegio fuera de la ciudad. "¿Y qué toco ahora? ¡Solo conozco canciones para niños!" Fue mi primera respuesta. Su cara sonriente me dieron la tranquilidad que necesitaba para recordar una vieja tonada de amor, una canción simple que habla de dos personas amándose desde antes de encontrarse. Menuda canción, no se supone que hable de nosotros dos, pero así fue como todo comenzó.
20 minutos fueron suficientes para hablarnos y reírnos, porque cuando llegamos a la estación y nos bajamos sabía que tendría que mantener una amistad "de tren" con él, que ya había cautivado cada fibra de mi ser.
Me acompañó hasta mi casa y platicamos un tanto más. Sin saber qué tan lejos estaba él de su casa, quería decirle adiós, pero también quería que se quedará ahí frente a mí por el resto de la noche. Me dijo buenas noches y me besó la mejilla, con su mano acarició mi rostro y bajó hasta mi hombro. Me dijo lo bien que le había hecho hablar conmigo y lo agradecido que estaba de haberse mudado al barrio La Rivera.
Me miró otra vez, tan profundamente como la primera mirada en la estación. Me miró por un tiempo que no alcanza a ser minuto, pero fue mucho más que segundos. Segundos profundos y mezclados con horas. Cuando su mano en mi hombro bajo suavemente hast tocar el borde de mi reloj y finalmente agarrar mi mano.
Me dijo "te veo mañana supongo" y le dije que ya no, que probablemente ya no porque se acababan las clases. Me miró y sonrió y me acarició con sutileza mi mano con la suya. Con su mano derecha volvió a acariciar mi mejilla y se dirigió hacia mi. Esos 3 centímetros de separación eran tan cálidos que me llenaron de una sensación nueva e interesante. Sus manos sostenían firmemente mi cuello pero sin ser sofocante, sino con seguridad y cariño.
Antes de concretar cualquier instinto que tuviera, abrió sus ojos y solo dijo "ya te había visto antes, mucho antes, en mis más dulces sueños. Sabía que te iba a encontrar algún día"
Y el tiempo se hace confuso, recuerdo sus labios tan exquisitos al contacto de los míos. Recuerdo su perfume y sus caricias. Cada detalle de esos breves segundos. Abrí mis ojos y me dijo aún con sus ojos entrecerrados "soy tu vecino desde hace un par de horas".