miércoles, 13 de julio de 2016

Rechazo Aceptado - Frégoli (2)

Ya la había visto varias veces, ¡Anna era espectacular! Era la mejor enfermera de la ciudad, además era voluntaria de varios hospitales en la ciudad de al lado, siempre veía sus hermosos ojos café y su espléndida sonrisa. Uno de los días en que recordé lo hermosa que era fue cuando estaba en el parque dando de comer a los patos que nadan en el lago; era una tarde fresca, la brisa era agradable y se podía reconocer un ambiente primaveral. Justo en esa ocasión, mientras los patos hacían su sonido particular, vi lo bella que se veía Anna en frente; ella prefería moverse, estar siempre quieta la agotaba, siempre trotaba y le gustaba andar en bicicleta, por eso era muy extraño verla sentada leyendo un libro… pero juntos los leíamos. Ahora ya solamente podía verla en los chequeos de rutina, una vez al día y cuando mucho. Aun no quería nada conmigo. Decidí que mientras la esperaba, descubriría más sobre el accidente en el bus de aquella tarde.
EL chofer del bus, Juan dijo que se llamaba, me contó un par de cosas sobre la ciudad. Tori era un pueblo muy extraño, dijo él, siempre con las más extravagantes anécdotas y siempre con las personas más interesantes. A juan lo conocía de antes, llámenme demente, pero su cara se me hacía muy familiar, era como si lo conociera de toda la vida. Él era un hombre sencillo y amigable, accedió a llevarme en su camioneta al lugar de los hechos para ver cómo había quedado el lugar. Fuimos y tras un par de horas de viajes llenos de canciones, llegamos al punto exacto donde había ocurrido todo. Juan me dijo que todo había ocurrido muy rápido y que no hubo tiempo de reaccionar. Una mujer, de apariencia deportiva, había golpeado la puerta con una gran roca que atravesó el parabrisas y salió corriendo internándose en el bosque a un lado de la carretera. Volvimos a casa con Juan y cenamos lo usual, papas con ensalada y un trozo de pollo a la plancha. “Fue muy extraño Frank, esa mujer venía decidida, pero su objetivo no era el bus, definitivamente creyó que podría lanzar la roca más arriba, se notaba en su mirada” dijo Juan; no sabía si creerle porque toda la situación era bastante extraña. Recapitulando, Juan iba manejando y una mujer con estilo deportivo se acercó a la orilla de la carretera y lanzó una roja tan fuerte que rompió el parabrisas, esto desconcentró al conductor quien, tras esfuerzos de mantener el control, dejó escapar el volante y la máquina se movió como animal salvaje. Seguido a todos estos sucesos que casi no recordaba, vino el choque con el furgón de combustible que iba delante de nosotros, eso generó tanto fuego. Al menos tanto misterio me había aliviado un poco la mente de pensar tanto en Anna y lo mucho que la amaba y quería recuperarla.
“Estás hecho un desastre”, fueron sus palabras inmediatamente después que me limpié las manos con masa, era nuestro intento de pan y había sido muy complicado. Uno pensaría que a los treinta años es más fácil hacer las cosas, pero no, son igual de difíciles. “Deberías ayudarme, tú eres la experta” le sonreí, ella asintió con una sonrisa escondida tras la mueca de desgano; “Ya viene siendo hora que aprendas, no es la primera vez que hacemos esto” me regañó. “Es mucho más entretenido verte como haces el pan si es por ayudarme, tu cara tiene la apariencia de amor” respondí tras hacerme el galán. Ella sabía lo mucho que disfrutaba estar a su lado, todo era más sencillo y se me hacía tan familiar el sentimiento que nada salía realmente mal, todo lo solucionábamos juntos. Pero también esa noche cambió drásticamente después de sacar el pan del horno. Alguien más estaba en casa y no reconocía ya esas manos suaves de horas antes. Me asusté, lo confieso, me despedí y salí sin desperdiciar ni un segundo. Bajé apresurado las escaleras para encontrarme a Anna, quizá había bajado en el ascensor, esa era una mejor idea, pero para qué molestarse cuando son sólo tres pisos. “¿Por qué tan aprisa?” preguntó tras el mostrador de la entrada, “Estaba alguien extraño allá arriba y supuse que habías bajado a trabajar en recepción como de costumbre” sonreí nervioso. “Ah, sí, olvidé mencionarlo, lo lamento” dijo nerviosa. Algo de seguro me estaba ocultando tras ese nerviosismo, pero la noche ya se había instalado y preferí despedirme con un sencillo abrazo y partí. Supongo que desde ahí es que comenzaron los problemas, pero intentamos solucionar diferencias y seguimos una vida tranquila. Tranquila al menos hasta una semana antes del accidente, claro.
Volví a conversar con Juan en la plaza que había estado el día anterior, él no se acordaba mucho de nuestras conversaciones, pero tras contarle lo del accidente, recuperó su memoria. Se rio y dijo que muchas veces cuando uno se enfrenta a situaciones tan extremas tiene a sufrir un shock. Reímos toda esa tarde y jugamos ajedrez; hoy, sin embargo, parecía más cansado de lo normal, nos despedimos y me senté a contemplar el paisaje antes de volver a casa… y fue cuando la vi correr otra vez. Anna pasaba cada día y no podía evitar verla. Era mi oportunidad. Me puse de pie para alcanzarla cuando pasara más cerca y pedirle nuevamente que fuera mi esposa. Yo la amaba y no quería dejarla, le prometería esforzarme más, le prometería ser mejor y apoyarla con más ahínco; pero una llamada me detuvo: el hospital.
“Sus quemaduras fueron leves señor Rochester, pero nos preocupa la muñeca; con tanto forcejeo, usted sufrió una lesión al tendón, poco común pero peligrosa y necesitamos internarlo de urgencia” dijo la secretaria. Asentí y antes que se completara un minuto vinieron otras dos enfermeras a llevarme al otro rincón del edificio para ser examinado con más detenimiento. “¡Estás aquí amor!” sonreí al ver a Anna, ella me miró con extrañeza y me pidió que me recostara. Ya estaba más tranquilo porque sabía que ella me iba a cuidar bien. Me pusieron la anestesia de rigor y luego dormí profundamente.
“Despierta Frank” dijo Anna un par de meses atrás, estábamos viendo una película que solo ella ansiaba ver porque yo ya la había visto un millar de veces, “¿Por qué siempre te duermes?” me regañó, solía decir que era una falta de respeto al trabajo duro de alguien y que no me correspondía mirarlo en menos. Hablábamos siempre a la salida del cine, era una especie de tradición, tomábamos helado y caminábamos por la plaza. Su sonrisa me cautivaba siempre. Jugueteábamos mientras caminábamos, pero esa tarde algo extraño sucedió, porque cambió de humor y salió arrancando. Cada vez esto sucedía con mayor frecuencia, pero no podía comprender la razón. Tenía que investigarlo sin que ella se enterara, pero ¿cómo hacerlo si ella siempre estaba cerca?
Luego de la operación todo pasó como en un sueño, veía a las enfermeras entrar y salir, veía a Juan entrar, leer un periódico y salir, veía también a Anna entrar y salir, y veía cómo los doctores me curaban el brazo y veía cómo los días pasaban. La verdad, no estoy seguro que simplemente me hayan hecho algo en el brazo. Me dolía la cabeza como si alguien se hubiera entrometido y me hubiera arrancado un par de recuerdos, era ese dolor feroz del que uno se despierta un sábado por la mañana, ese dolor que cala en la parte posterior del cráneo, ese dolor que uno sabe la razón pero no hay cura aparente. Decidido, levanté el brazo hasta tocar mi nuca para notar algo que me agarró por sorpresa, en mi brazo no había nada, absolutamente nada; pero al tocar mi cabeza, tenía algunas curaciones en la parte posterior baja. El obvio ‘¿Qué había sucedido?’ fue rápidamente reemplazado con la entrada del Doctor. Juan era su asistente. ¿Juan era su asistente? “Señor Rochester, debo confesar que le hemos mentido por un largo periodo de tiempo” comenzó a decir el Doctor Guzmán, su mirada reflejaba un inusual orgullo, como si hubiera logrado algo que llevaban tramando por un tiempo. “Usted no tenía nada en el brazo, pero si le decíamos la razón verdadera a su operación, intentaría escaparse otra vez del Hospital Psiquiátrico en el que ha vivido toda su vida”,  “¿Toda mi vida? ¿A qué se refiere Doc.?”
Aparentemente soy un paciente más. El hospital Psiquiátrico Guzmán ha sido mi hogar sin que yo me diera cuenta. Aún estoy en recuperaciones de la última operación que, según dice, cambiará todo. Me habían diagnosticado el Síndrome de Frégoli pero no pude creerlo por un largo tiempo. Quizá a eso se debía tanta confusión con las profesiones de Anna, en realidad ella solamente era una ávida lectora que no trabajaba porque sus padres le mantenían en secreto. Y eso lo sabía, solo que no lo había recordado. Anna me miraba de lejos, extrañamente me sonreía desde el frente de la habitación, en la cama 367-B, al igual que yo, padecía de un extraño Síndrome que nadie me quería revelar. Aún teníamos que someternos a otro análisis craneal y participar de varias sesiones, porque el Doctor decía que la demencia aún no se podía curar, pero lograban darnos una estabilidad de mayor duración. Yo simplemente quería abrazar a Anna y decirle lo mucho que la amo, por eso viajé, por eso intenté pedirle matrimonio – aunque haya sido a la mujer equivocada – ahora intentaría decirle todo lo que siento por ella, para poder, finalmente, armar una vida juntos.  

El señor Faundez

Creo que es mas factible la eliminación completa de su sistema. Al fin y al cabo, no necesitará ningún dato de ese tiempo, ¿verdad?  

El silencio otorga. Venga, recuéstese en la camilla y pronto le atenderá el doctor; él sabe mejor cómo es el procedimiento. 
Señor Faúndez, que gusto tenerle aquí. Pensé que nunca volvería. ¿Cómo le fue después de la extracción anterior? ¿Aún no siente molestias? Porque según veo en el reporte, esta vez tendrá que ser una extracción mucho más profunda y complicada. La última vez usted quería quitar los recuerdos de esa joven de la que una vez habló. Ahora, por lo que entiendo es eliminar completamente su memoria de todo ese año. Puedo preguntarle ¿por qué lo hará? No creo que valga la pena. Usted ha aprendido y ha crecido tanto con esta experiencia. Señor Faúndez, usted me inspira. No importa cuántas cosas haya vivido, aún tiene su característico humor y sonrisa en la cara, usted hace feliz a toda su familia y sus amigos lo llaman porque es el alma de la fiesta. ¿Está seguro de esto? 

sábado, 9 de julio de 2016

Un Rechazo Aceptado

Era más fácil mirar por la ventana del bus que seguir pensando en las millones posibilidades por las que ella me habría rechazado. No era justo, yo era todo lo que ella pedía en un hombre, ella siempre lo había dicho. Me esforzaba constantemente por ser la mejor versión de mí mismo, pero ya nada importaba porque se había ido sin dar explicaciones. La lluvia seguía cayendo por la ventana y unas gotas tímidas entraban por el pequeño espacio que la goma gastada dejaba ver, y yo seguí sin entender el porqué de la cuestión.
No me aguanté lo Emo del momento y comencé a hacer el clásico video clip imaginario: puse lo típico para estos momentos, me puse la capucha del gorro y apoyé mi frente en el vidrio rayado del bus. Era el momento ideal para sentir pena, veía cómo el universo seguía mi video clip cuando aparecieron esos chicos, él le besaba la frente a ella y tiernamente la tomaba por la cintura, como yo solía hacerlo con mi novia.
Íbamos a casarnos, teníamos todo planeado... bueno, yo lo había planeado todo. Miraba de reojo mi mochila y el bulto del bolsillo delantero, esa cajita cuadrada ya no tenía más valor que cualquier otra, con cualquier otro anillo dentro. Justamente ayer había sido mi cumpleaños y lo pasamos de maravilla, ella sonreía y todo era especial entre nosotros. ¡Santo Cielo! sí que había tenido suerte, después de todo, una chica como ella no solía fijarse en chicos como yo.
Anna era atenta y servicial, sonreía constantemente y tenía un gusto extraño por los dulces, gusto que aunque no compartíamos, sabíamos mezclar con mi salado paladar. Nos conocimos en una librería, ella buscaba el famoso Harry Potter, tiempo después me vine a enterar que jamás lo había leído, empezamos juntos porque era uno de mis favoritos. Como cualquier otro día, yo había entrado a la librería a ver cómo iba todo en mi día de descanso; solían pasar las anécdotas más locas cuando Karen estaba en la tienda, rara vez eran anécdotas buenas si debo aclarar; conversé un momento con Luis, el chico nuevo que llevaba un par de días trabajando, y mientras reíamos, entró ella: Anna. Con su bufanda turquesa y su chaqueta blanca resaltaba en la tienda llena de grises y cafés de invierno. La miré detenidamente y reconocí el típico paseo de no saber dónde buscar entre tantos libros aguardando salir, miré rápidamente a Luis y le hice señas para que fuera a atenderla, cómo deseaba haber estado de turno ese día para hablar con ella sin ningún miedo, pero la ansiedad me comía y no pude evitar hacerme pasar por un cliente más. Cuando semanas más tarde ella se enteró que la tienda era mía no podía evitar mirarme entrecerrando los ojos y repitiendo un sordo “me engañaste”. Ese día en la tienda sabía que no debía perderla de vista. Me confesó que estaba recién adquiriendo el gusto por los libros y le parecían fascinantes los tesoros que ya había encontrado; había navegado entre las olas de ‘Mil leguas de viaje submarino’ y se había perdido en la chocolatería de Willy Wonka, acompañó al León durante los 7 libros de ‘Las crónicas de Narnia’ y se había roto su corazón con el diálogo de Mr. Darcy en el mundo romántico de Jane Austen. Sus ojos reflejaban la chispa que encendía todo ese motor de lectura, su mirada era espectacular, creo que de eso me encanté en esos escasos dos minutos que hablamos entre pasillos.
El bus frenó bruscamente y mi video clip se vio interrumpido por el griterío de unas mujeres en la calle, la gente de delante del bus corría sin parar y no podía entender la situación tras la música rompecorazones que había puesto para vivir mis penas. Retiré mis audífonos y escuché pequeñas explosiones y mucha gente llorando, todos corrían frenéticos y yo aún en el limbo. Una mujer entrada en edad gritó un ahogado “Consigan ayuda” antes de romper a llorar. ¿Qué era todo este alboroto? Pensé entre dudas y temor. Me apuré a acercarme a la ventana frontal del bus pero los intentos eran nulos por las llamas que se elevaban sin avisar. De una película desgarradora digna de un Nicholas Sparks, había pasado al más temible escenario de cualquier Destino Final. Mis revoluciones habían aumentado más rápido que cuando estuvimos con Anna en un terremoto en India, todo se derrumbaba pero para nosotros no era algo desconocido, crecimos con sismos y nada menor a 7 grados nos preocupaba demasiado. Ella se reía suavemente mientras veía a la gente correr despavorida por un ‘grado 5’. Ella decía que con suerte la gente sobreviviría a un ‘grado 8’, decía que un ataque al corazón se los iba a llevar antes de poder salir arrancando.
Intenté aliviar la situación y calmarme para encontrar la manera de romper la ventana del bus que ya se completaba con llamaradas más altas que una casa de dos pisos. Tomé el martillo ‘en caso de emergencia’ y no sirvió para nada, era peor que un juguete chino; sin embargo, y para suerte mía, eventualmente la ventana con su goma gastada cedieron ante la presión que las personas de afuera ejercían y calló frente a mis pies, dejando libre la ventana para que las 3 personas y yo pudiéramos escapar al monstruo que casi nos comía rostizados. Ya en tierra mis revoluciones se calmaron un poco y logré mirar a mi alrededor en busca de pistas que me revelaran qué había sucedido: un par de personas quemadas, un camión impactó al bus de frente, dos choferes muertos, una avenida completa envuelta en llamas y mucha, muchísima gente sin entender qué había pasado en esos eternos 15 minutos.
Bajó un libro del estante y me miró risueña, era ‘La piedra Filosofal’ y me invitó a leerlo juntos, no podía negarme a tan aventurera invitación: serían siete libros de emociones e intrigas, siete entregas en los que podríamos entrelazar nuestros corazones a medida que crecía su amor por el mundo en palabras. Pero solo llegamos a la mitad del primero cuando me dijo que estaba cansada de todo, cansada de mí y de mis ganas de seguir con un mundo de fantasía que, según ella, eran más importantes para mí. Lo que aún ella no entendía era que lo que más me gustaba de los personajes era la manera en que podía reflejarlos en ella. Las características que más amaba en un personaje estaban en Anna, y eso la hacía más especial que cualquier personaje de mis sueños, o cualquier personaje de mis más preciados libros. Anna, sin entender a razones, salió furiosa de la casa; era nuestra primera gran pelea y había sido terrible. Por supuesto que no lo entendía, de un momento de plena paz y tranquilidad, pasamos a sobre exaltarnos hasta odiarnos. Solo podía esperar que se calmara y calmarme yo mismo.
Pasaron varios días en los que me costaba concentrarme, era difícil leer las historias que sabía hasta de memoria. Me daba vueltas el episodio que habíamos vivido con Anna y quería arreglar las cosas. Volví a su casa una mañana más fría de lo normal para encontrarla de rodillas en la puerta, con ojos hinchados, labios partidos y la nariz enrojecida. Solo pude abrazarla, ella y su hermosa sonrisa, me dijo que no sabía qué había pasado y que no entendía qué era lo que la había hecho enojar, pero que estaba apenada y quería recomponer esto que teníamos, que era precioso. La sostuve por la cintura y ella agarraba mi nuca, nos acercamos con ternura y, entre lágrimas, nos besamos.

La adrenalina del momento no me había dejado percatar que todo mi brazo derecho estaba ardiendo, me había quemado mientras intentaba abrir la ventana del bus, ahora era un dolor intenso que no me dejaba hacer más que gritar del dolor. La enfermera que estaba ayudando a los heridos me escuchó a lo lejos y decidió acercarse para aliviar un poco el ardor. “Necesito cortar su camisa” me dijo, tenía un acento extranjero, como si viniera del pueblo de al lado, justo al que me dirigía. “No se mueva, necesito cortar su camisa para que no se le pegue” volvió a decir, pero mis reflejos eran más fuertes que mi voluntad de permanecer quieto. Hizo un gran trabajo para sacar todos los trozos de tela que quedaban cerca de mis heridas, me aplicó un tipo de crema que disminuía el ardor y sanaba quemaduras; mientras me la aplicaba, aproveché de ver sus ojos: profundos ojos café que revelaban dolor. Eran semejantes a una pintura que yo ya había visto. Sus facciones eran preciosas y sus labios tenían una forma muy peculiar. Me preguntó si recordaba mi nombre y asentí. “¿Quieres decirme cuál es?” preguntó tímida. Soy Frank, respondí, pero eso ya lo sabías. Claro que lo sabía, necesitaba salir del shock para darme cuenta frente a quién estaba. Debí haber parecido un loco, frente a la mujer que amo y sin reconocerla. “¿Qué haces aquí?” le pregunté con ansias. Pero no, ella no quería volver a la misma dinámica que habíamos estado repitiendo por las últimas semanas, ella merecía mucho más, pero yo aún quería sentir eso que me hacía feliz. Quizá ya se había dado cuenta de mi problema, quizá siempre lo supo, pero esa tarde era una tarde que no quería explicar, ya habrá tiempo para eso un poco más adelante, lo importante ahora es concentrarse en los hechos, en el choque y en qué había pasado en realidad.