Ya la había visto varias veces, ¡Anna era espectacular! Era
la mejor enfermera de la ciudad, además era voluntaria de varios hospitales en
la ciudad de al lado, siempre veía sus hermosos ojos café y su espléndida
sonrisa. Uno de los días en que recordé lo hermosa que era fue cuando estaba en
el parque dando de comer a los patos que nadan en el lago; era una tarde
fresca, la brisa era agradable y se podía reconocer un ambiente primaveral.
Justo en esa ocasión, mientras los patos hacían su sonido particular, vi lo
bella que se veía Anna en frente; ella prefería moverse, estar siempre quieta
la agotaba, siempre trotaba y le gustaba andar en bicicleta, por eso era muy
extraño verla sentada leyendo un libro… pero juntos los leíamos. Ahora ya
solamente podía verla en los chequeos de rutina, una vez al día y cuando mucho.
Aun no quería nada conmigo. Decidí que mientras la esperaba, descubriría más
sobre el accidente en el bus de aquella tarde.
EL chofer del bus, Juan dijo que se llamaba, me contó un par
de cosas sobre la ciudad. Tori era un pueblo muy extraño, dijo él, siempre con
las más extravagantes anécdotas y siempre con las personas más interesantes. A
juan lo conocía de antes, llámenme demente, pero su cara se me hacía muy familiar,
era como si lo conociera de toda la vida. Él era un hombre sencillo y amigable,
accedió a llevarme en su camioneta al lugar de los hechos para ver cómo había
quedado el lugar. Fuimos y tras un par de horas de viajes llenos de canciones,
llegamos al punto exacto donde había ocurrido todo. Juan me dijo que todo había
ocurrido muy rápido y que no hubo tiempo de reaccionar. Una mujer, de
apariencia deportiva, había golpeado la puerta con una gran roca que atravesó
el parabrisas y salió corriendo internándose en el bosque a un lado de la
carretera. Volvimos a casa con Juan y cenamos lo usual, papas con ensalada y un
trozo de pollo a la plancha. “Fue muy extraño Frank, esa mujer venía decidida,
pero su objetivo no era el bus, definitivamente creyó que podría lanzar la roca
más arriba, se notaba en su mirada” dijo Juan; no sabía si creerle porque toda
la situación era bastante extraña. Recapitulando, Juan iba manejando y una
mujer con estilo deportivo se acercó a la orilla de la carretera y lanzó una
roja tan fuerte que rompió el parabrisas, esto desconcentró al conductor quien,
tras esfuerzos de mantener el control, dejó escapar el volante y la máquina se
movió como animal salvaje. Seguido a todos estos sucesos que casi no recordaba,
vino el choque con el furgón de combustible que iba delante de nosotros, eso
generó tanto fuego. Al menos tanto misterio me había aliviado un poco la mente
de pensar tanto en Anna y lo mucho que la amaba y quería recuperarla.
“Estás hecho un desastre”, fueron sus palabras inmediatamente
después que me limpié las manos con masa, era nuestro intento de pan y había
sido muy complicado. Uno pensaría que a los treinta años es más fácil hacer las
cosas, pero no, son igual de difíciles. “Deberías ayudarme, tú eres la experta”
le sonreí, ella asintió con una sonrisa escondida tras la mueca de desgano; “Ya
viene siendo hora que aprendas, no es la primera vez que hacemos esto” me
regañó. “Es mucho más entretenido verte como haces el pan si es por ayudarme,
tu cara tiene la apariencia de amor” respondí tras hacerme el galán. Ella sabía
lo mucho que disfrutaba estar a su lado, todo era más sencillo y se me hacía
tan familiar el sentimiento que nada salía realmente mal, todo lo
solucionábamos juntos. Pero también esa noche cambió drásticamente después de
sacar el pan del horno. Alguien más estaba en casa y no reconocía ya esas manos
suaves de horas antes. Me asusté, lo confieso, me despedí y salí sin
desperdiciar ni un segundo. Bajé apresurado las escaleras para encontrarme a
Anna, quizá había bajado en el ascensor, esa era una mejor idea, pero para qué
molestarse cuando son sólo tres pisos. “¿Por qué tan aprisa?” preguntó tras el
mostrador de la entrada, “Estaba alguien extraño allá arriba y supuse que
habías bajado a trabajar en recepción como de costumbre” sonreí nervioso. “Ah,
sí, olvidé mencionarlo, lo lamento” dijo nerviosa. Algo de seguro me estaba
ocultando tras ese nerviosismo, pero la noche ya se había instalado y preferí
despedirme con un sencillo abrazo y partí. Supongo que desde ahí es que
comenzaron los problemas, pero intentamos solucionar diferencias y seguimos una
vida tranquila. Tranquila al menos hasta una semana antes del accidente, claro.
Volví a conversar con Juan en la plaza que había estado el
día anterior, él no se acordaba mucho de nuestras conversaciones, pero tras
contarle lo del accidente, recuperó su memoria. Se rio y dijo que muchas veces
cuando uno se enfrenta a situaciones tan extremas tiene a sufrir un shock.
Reímos toda esa tarde y jugamos ajedrez; hoy, sin embargo, parecía más cansado
de lo normal, nos despedimos y me senté a contemplar el paisaje antes de volver
a casa… y fue cuando la vi correr otra vez. Anna pasaba cada día y no podía
evitar verla. Era mi oportunidad. Me puse de pie para alcanzarla cuando pasara
más cerca y pedirle nuevamente que fuera mi esposa. Yo la amaba y no quería
dejarla, le prometería esforzarme más, le prometería ser mejor y apoyarla con
más ahínco; pero una llamada me detuvo: el hospital.
“Sus quemaduras fueron leves señor Rochester, pero nos
preocupa la muñeca; con tanto forcejeo, usted sufrió una lesión al tendón, poco
común pero peligrosa y necesitamos internarlo de urgencia” dijo la secretaria.
Asentí y antes que se completara un minuto vinieron otras dos enfermeras a
llevarme al otro rincón del edificio para ser examinado con más detenimiento.
“¡Estás aquí amor!” sonreí al ver a Anna, ella me miró con extrañeza y me pidió
que me recostara. Ya estaba más tranquilo porque sabía que ella me iba a cuidar
bien. Me pusieron la anestesia de rigor y luego dormí profundamente.
“Despierta Frank” dijo Anna un par de meses atrás, estábamos
viendo una película que solo ella ansiaba ver porque yo ya la había visto un
millar de veces, “¿Por qué siempre te duermes?” me regañó, solía decir que era
una falta de respeto al trabajo duro de alguien y que no me correspondía
mirarlo en menos. Hablábamos siempre a la salida del cine, era una especie de
tradición, tomábamos helado y caminábamos por la plaza. Su sonrisa me cautivaba
siempre. Jugueteábamos mientras caminábamos, pero esa tarde algo extraño
sucedió, porque cambió de humor y salió arrancando. Cada vez esto sucedía con
mayor frecuencia, pero no podía comprender la razón. Tenía que investigarlo sin
que ella se enterara, pero ¿cómo hacerlo si ella siempre estaba cerca?
Luego de la operación todo pasó como en un sueño, veía a las
enfermeras entrar y salir, veía a Juan entrar, leer un periódico y salir, veía
también a Anna entrar y salir, y veía cómo los doctores me curaban el brazo y
veía cómo los días pasaban. La verdad, no estoy seguro que simplemente me hayan
hecho algo en el brazo. Me dolía la cabeza como si alguien se hubiera
entrometido y me hubiera arrancado un par de recuerdos, era ese dolor feroz del
que uno se despierta un sábado por la mañana, ese dolor que cala en la parte
posterior del cráneo, ese dolor que uno sabe la razón pero no hay cura
aparente. Decidido, levanté el brazo hasta tocar mi nuca para notar algo que me
agarró por sorpresa, en mi brazo no había nada, absolutamente nada; pero al
tocar mi cabeza, tenía algunas curaciones en la parte posterior baja. El obvio ‘¿Qué
había sucedido?’ fue rápidamente reemplazado con la entrada del Doctor. Juan
era su asistente. ¿Juan era su asistente? “Señor Rochester, debo confesar que
le hemos mentido por un largo periodo de tiempo” comenzó a decir el Doctor Guzmán,
su mirada reflejaba un inusual orgullo, como si hubiera logrado algo que
llevaban tramando por un tiempo. “Usted no tenía nada en el brazo, pero si le
decíamos la razón verdadera a su operación, intentaría escaparse otra vez del
Hospital Psiquiátrico en el que ha vivido toda su vida”, “¿Toda mi vida? ¿A qué se refiere Doc.?”
Aparentemente soy un paciente más. El hospital Psiquiátrico
Guzmán ha sido mi hogar sin que yo me diera cuenta. Aún estoy en recuperaciones
de la última operación que, según dice, cambiará todo. Me habían diagnosticado
el Síndrome de Frégoli pero no pude creerlo por un largo tiempo. Quizá a eso se
debía tanta confusión con las profesiones de Anna, en realidad ella solamente era
una ávida lectora que no trabajaba porque sus padres le mantenían en secreto. Y
eso lo sabía, solo que no lo había recordado. Anna me miraba de lejos,
extrañamente me sonreía desde el frente de la habitación, en la cama 367-B, al
igual que yo, padecía de un extraño Síndrome que nadie me quería revelar. Aún
teníamos que someternos a otro análisis craneal y participar de varias
sesiones, porque el Doctor decía que la demencia aún no se podía curar, pero
lograban darnos una estabilidad de mayor duración. Yo simplemente quería
abrazar a Anna y decirle lo mucho que la amo, por eso viajé, por eso intenté
pedirle matrimonio – aunque haya sido a la mujer equivocada – ahora intentaría
decirle todo lo que siento por ella, para poder, finalmente, armar una vida
juntos.