miércoles, 26 de octubre de 2016

Rojo Escarlata

Era como una enfermedad incurable. Caminaba de un lado de la habitación al otro, como si buscara en las paredes la respuesta que buscaba. Todo en el retrataba el escrutinio de la investigación, su traje gris entallado y su corbata roja daban la ilusión de una investigación formal e importante. Todos sabían que él se dedicaba a hacer cosas extrañas, pero nadie nunca le había preguntado qué era lo que hacía en verdad. 
Volvió a mirar al hombre que tenía en frente para preguntarle, está vez con más pausas que la vez anterior por la ubicación de Stella. "¿A Dónde la llevaron?" Inquiría con melancolía, "Sé que sigue con vida" era su suplica vacilante. Pero nunca lograba nada, la presunta muerte de su antigua novia era el secreto mejor guardado del grupo revolucionario del sur, lo habían enculpado del asesinato y pasó 5 años en la prision estatal. Toda su furia se acumuló para encontrar pistas e indicios de Stella, su novia hermosa que no tenía mayor culpa que ser demasiado buena para este mundo. Nunca nadie entendió cómo había terminado emparejándose con el mitómano de la avenida principal. 
"¿Quién sabe dónde está? ¡Necesito encontrarla!" Seguía sin alzar la voz, sin embargo sus ojos quemaban con toda la ira de un corazón roto. El frenesí aumentaba a cada segundo y luego fue incontenible. Quién sabe de qué sería capaz estando un minuto más en ese lugar. Tomó sus cosas y salió de la habitación, decidido a buscarla. Y ese era solo el comienzo. 

viernes, 21 de octubre de 2016

Fluido y natural

"Todo fue tan fluido, tan espontáneo, tan natural, que a ninguno de los dos nos pareció nada raro que de pronto mi mano estuviera en su mano, que nos miráramos a los ojos como dos adolescentes o dos tontos" 
-Mario Benedetti 

martes, 18 de octubre de 2016

How couldn't I?

¿Y cómo no voy a amarla? Si cada vez que me mira, las estrellas parecen repiquetear en sus ojos, cada vez que me sonríe la eternidad me cosquillea la garganta. Cómo no querer tenerla cerca si cada que me mira coqueta su nariz se arruga y deja entrever una sonrisa juguetona. Cómo no voy a querer estar cada minuto de mi vida cerca de ella si cada vez que me toca, mi piel se eriza frenética.
¿Cómo no voy a amarla? Si cada vez que conversamos pareciera que tenemos el mundo a nuestros pies, y podemos hacer y deshacer como queramos. Cada segundo que pasamos juntos, nuestras moléculas combinan y se coordinan para darnos movimientos similares y sincronizados. Cómo me gustaría estar siempre al rededor de esos labios que desdibujan mi mundo implantando nuevas maneras de colorear la vida. Cómo no querer oler siempre el aroma de su convicción y perfume, ese perfume a rosas que penetra hasta la parte trasera de mi mente, donde se guardan los recuerdos y se activan con cada susurro de su llegada.
¿Cómo no me va a enloquecer? Si cada vez que mueve sus manos me imagino esa noche en que las tenía en mi espalda, acariciándome suavemente hasta llegar a mi cuello. Cada día que pasa recuerdo los movimientos suaves que hacía por mi pelo, sus uñas pintadas dejaban el rastro imborrable de su pasada, alocaban mis neuronas y revoloteaban mis hormonas.
¿Cómo no me va a sacudir su presencia? Si cada vez que estamos juntos me tiemblan las rodillas y se me aprieta el estómago. Cuando me mira mis entrañas se contraen y me avisan que ni la comida hace falta cuando la tengo cerca. Cuando me habla, su voz penetra en mi mente con más fuerza que cualquier canción de rock que haya escuchado jamás. Su música conmueve mi centro, cada vez que canta me desorienta y reorienta.
¿Cómo no voy a querer estar con ella? Si cada vez que la miro, las posibilidades son eternas e infinitamente perfectas, aunque venga la mala fortuna, jamás nos irá mal juntos.
¿Y cómo no voy a amarla? Si ella es todo lo que soy.

sábado, 15 de octubre de 2016

23:18

Bien lejano en el pasado quedó aquel día abandonado del que ya no quiero vivir, cuando sus labios tocaban otra piel y no me dejaban vivir. El recuerdo se cambió por el suave repiqueteo de las aves al anochecer. Caminar de la mano y aventurarse por caminos ultra conocidos, pero que sabíamos que abrían la puerta a experiencias totalmente nuevas. Pintamos las calles de colores extravagantes. Repletos de aromas que solo nuestros cerebros captarían. Las horas pasaban y nos aventurábamos a llegar más abajo en la línea de lo conocido, a explorar las manos que con tanta suavidad nos cobijaron en nuestros nervios. Las manos que, siempre he dicho, son protectoras. Eran suaves y tiritonas, pero nuestras, pero juntas. Todo se veía como salido de una película mal grabada, la gente alocada y los niños gritando, pero quizá ese es nuestro tipo de película, las que nadie entiende por no estar prestando atención al lugar correcto. Ambos sabíamos que era una noche crítica, llena de expectativas que nos esforzábamos por alcanzar pero que pronto las tiramos por la borda. 
Fue maravilloso, ¿no lo crees? 
Aún sabiendo todo lo que estaba por suceder, me alejé y luego me arrepentí, no podía soportar la idea de tener la chance de salir victoriosa tan luego y de que en realidad era posible, nunca nada había estado tan cerca, como ese momento y esa oportunidad. Pero se fue como se van las golondrinas al llegar el invierno, se fue como la lluvia cuando sale el sol. 
En fin que seguimos avanzando en la ruta arco iris que desdibujaba los pasos, casi al unísono caminamos hacia otra dirección, buscando lo que queríamos encontrar. Los minutos sobre esa montaña de dudas pasaron más lento que en cualquier otro momento, pero las necesitábamos para calmar nuestras ansias. Llegaron esos invasores del terror para arrebatarnos la tranquilidad que era tan profundamente nuestra. Al salir de ese rincón de amargura volvimos a pisar lugares que ya conocían nuestras pisadas. Lugares que albergaban otros recuerdos que se nos ocurrieron noches anteriores. Fue muy gracioso cuando cerraron con candado la oportunidad del que buscaba algo pasajero, pero ese no era nuestro recuerdo ni nuestro momento. Era solo otra excusa para escuchar los latidos del corazón retumbando en mis oídos. La sangre me bombeaba a un ritmo constante, casi el mismo que el tuyo. Avanzamos sin saber realmente la dirección que queríamos tomar, pero tú habías encontrado el camino que te acomodaba y te daba las energías que necesitabas. Y si, ese sabor me cautivó. Perdona que te lo diga, pero no hay forma de cambiar el pasado, y eso me alegra, porque jamás podré modificar la trampa que la luna nos puso. 
Pasaron más horas y los segundos se hacían eternos. Ya después de varias conversaciones sin sentido encontramos el sentido que queríamos darle a nuestro giro inesperado de eventos particulares. 
Pero la eternidad nuevamente se nos acababa en una noche, había que dejar todo saturado de recuerdos antes de volver a la misma etapa frívola de la que habíamos venido. Pero no queríamos que terminara de esa manera. Me hubiera negado a recordar tantas estrellas en tan poco cielo. 
Pero habiendo tantas estrellas, justo resulta que esa noche era de estrellas fugaces, que con el viento son más veloces y deciden hacerte revolotear. 
No recuerdo bien cómo llegamos a plantarnos tan firme en el suelo que nos sostuvo. Mis manos se gastaron del roce, y las tuyas se emblanquecían por la presión. Estábamos tan colapsados de pasados que un instante de perfecto presente era lo que necesitaban nuestras entrañas rotas. La sangre me fluía tan rápido que creí desvanecerme un momento. Pero era tan buena la realidad que no tenía ganas ni de soñar. 
Y ese instante llegó con aroma a azúcar y destellos de manjar. Sonrisas nerviosas y pequeños repiqueteos de puro placer. Era como el más suave de los telares que me abrazaba y no dejaba espacio al frío susurro del mar. Ardía todo mi ser al simple contacto. Pero no quedó en eso exclusivamente. Te encargaste de dejar marcado con fuego el roce de ambas suelas gastadas. Ese roce de ojos cerrados y corazones abiertos, escrito como con tinta en una hoja de papel en blanco. Dulce, tan dulce que mareaba y embobaba, daba vueltas por mi cabeza y volvía a los labios. Coordinados como en una coreografía que solía detestar, pero éramos uno más en el escenario, y querido, sacamos ovaciones.. al menos en mi cabeza. 
Fue un espectáculo digno de admirar, cuando dos constelaciones se atrevieron a juntar lo bello de la galaxia con lo tranquilo del mar. 
Esos pequeños destellos me persiguen y me raspan el cráneo por dentro, pidiéndome salir y volver a danzar a la luz de las velas, como si fuera yo quien pudiera encenderles la luz. Lloran las abejas porque ya no pueden alcanzar la miel. Sin un segundo de ventaja, todo suena como una gastada canción de la que ya no podemos disfrutar, ese típico sueño que jamás vamos a lograr emular. Esa esperanza perdida de volver a encontrar el segundo perfecto dentro de un minuto del terror.

viernes, 14 de octubre de 2016

La pequeña Rojita

Quién hubiera dicho que esa niña que odiaba la arena de la playa se haya convertido en princesa del más mágico cuento cuando, casi sin previo aviso, las cartas del juego cambiaron y fue ahí mismo, entre arena, que su cuento cambió.
Las estrellas brillaban esa noche, era fácil verlas cuando estás constantemente deseando su compañía, dicen que un deseo lo bastante fuerte puede hacer milagros, pero ¿Qué clase de milagros?
No solo brillaban, a veces hasta se hacía más fuerte su brillo, otras casi desaparecían. Pero ahí estaban todas, danzando a la luz de la luna, alegres a su al rededor. Una de ellas estaba alejada del tumulto, brillaba con timidez, estaba ya cansada de intentar ser como la estrella del medio, a esa que todas las nuevas se le acercaban para probar su calor. Pero esa estrellita era singular, no era un brillo blanco como las otras, ni amarillo como las más antiguas, mucho menos azul como la estrella central. Ella era Roja, viva, llena de energía, pero fría como ninguna. Todo el que se le acercaba comenzaba a dudar si en esa región del cielo había aún algo del calor que emitía la grande Azul. Ella sabía lo diferente que era y ya se había dado por vencida. No había ninguna estrella que quisiera acercarse a ella. Incluso cuando aparecían las nuevas exploradoras que se aventuraban a ir a verla, terminaban rindiéndose al calor incomparable de la Azul. Siempre pasaba, y la pequeña rojita no quería seguir luchando contra la corriente.
Hasta que llegó una estrella diferente, con tonos celestes, obvio se acercó primero a la Azul y probó su calor. Obvio que fue con ella primero, todos lo hacían, nada raro había en eso; pero esa estrella no estaba satisfecha, no sentía que ese era su lugar. Tomó un pequeño paseo por la galaxia buscando, viendo y sintiendo; hasta que la vio, vio su frío y se atrevió a acercarse. La energía que la Roja emitía era más intensa y vibrante que todas las otras a las que se había acercado jamás. Tenía miedo, era algo tan espectacular que no se atrevía a seguir avanzando esta estrella celeste, incluso se preguntó a sí misma si valía la pena arriesgarse, pero lo hizo y algo extraño sucedió. Ambas estrellas comenzaron a cambiar de color, mezclándose, uniendo energías y adquiriendo temperaturas nuevas y extrañas. El movimiento de la Roja hacia el centro logró hacer que su energía se mimetizara con la de la estrella celeste. Estas estrellas no sabían qué sucedía y buscaban explicaciones a lo más mágico que puede haberles pasado. Se complementaban y se reinventaban, pero no pudieron terminar, una gigante Roja lejana estaba a punto de morir, y todos saben que ese proceso ralentiza cualquier fusión que tengan en mente. Todo explota, cambia, se destruye y tiene que siempre empezar otra vez.
¿Qué fue de nuestras estrellas? quizá algún día se sepa, pero para eso, ellas tienen que saberlo primero.

lunes, 10 de octubre de 2016

Aquella flor

No sé cómo puede ser tan difícil sujetar una flor que está destinada a florecer y deliberadamente arrojarla al viento para verla caer pensando que en algún otro jardín algún otro sembrador ya está por darte su flor más preciada. No hay momentos que retumben más en mi cabeza como la canción de cuna que te cantas cada noche para convencerte que todo está bien, te arrullas como bebé y te tapas, pensando que ningún monstruo de abajo de tu cama podrá hacerte daño jamás. Es ahí donde te equivocas, porque la flor está. El monstruo está y tú también estás. Ya viene siendo hora que decidas qué quieres hacer. Si quedarte o irte. Pero no me ruegues que no sienta, que no influya o que simplemente no duela. Porque así son todos, encuentran el cuadro que necesitaban para enmarcar la foto y de pronto ya no están tan seguros que esa era la mejor toma; y comienza el nuevo viaje a buscar la captura correcta, donde el sol se vea mejor y donde el viento menee mejor las hojas de los árboles. 
Está todo como debiera estar en una obra. Los tramoyas, el guión, la escenografía y las canciones. Pero resulta que tú, el actor principal, estás llegando tarde a cada ensayo y ya no hay tiempo para que te aprendas el libreto. 
Ya es hora de recoger la flor que tiraste y dejarla entremedio de un libro, entre páginas gastadas por tus labios moribundos. Déjate llevar por las garras somníferas del devorador de ultratumba, que atemoriza tu mente y sacude tu corazón. 
Al fin y al cabo, este es tan solo un acto más, en la ópera de la flor marchita porque olvidaron regarla.