Recién hoy descubrí que te amo, por tantas razones que antes no había tomado en cuenta y solo asumí que era algo normal en el comportamiento de alguien tan bueno como tú.
Descubrí que te amo, por las miles de sonrisas que me has dado, luego de días cansados y trabajos agotadores. Esas sonrisas gastadas que a todos repites no son las mismas que tú boca dibuja cuando me ven a mí; una sonrisa cautelosa que se desliza tras un par de pensamientos calculados con mucha precisión.
Descubrí que te amo, por los abrazos que me has dado. Abrazos cálidos tras una tarde de confusión o de angustia. Esos abrazos juguetones que aparecieron en un atardecer lejos del mundo. Abrazos de más de tres segundos que desconfiguran mi pensamiento y me transforman en persona que siente. Tantos abrazos de despedida y de intentar retenerte a mi lado; un par de esos abrazos eran desesperados por la incertidumbre del siguiente encuentro que, en ocasiones desastrosas, nunca llegaron.
Descubrí que te amo, tras miles de corazones rojos, morados, rosados y azules que las pantallas nos permiten apreciar. Un simple “hola” acompañado de un corazón fueron suficientes para hacerme sonreír de inmediato. Un “buenas noches” acompañado de un corazón me hizo soñar con las estrellas.
Pero descubrí que amar no siempre necesita ser recíproco para que podamos crear una buena historia de amor, al menos en nuestra imaginación. Descubrí que los susurros tienen a decir más cosas que los gritos, y que las miradas dicen lo que nuestra boca tiende a callar.
Descubrí que te amo, pero eso no es limitante, tuve que transformar todo lo que creía saber para empezar a realmente saber; porque en resumidas cuentas, te amo, pero no como tu esperas.
Amo lo que creo que sé de ti, amo la idea de estar contigo y la idea que formó en mi mente de lo que seríamos juntos.
Pero ambos sabemos que eso no es suficiente, no podemos ser uno si cuando estamos juntos seguimos pensando en el uno que nos falta y que no somos nosotros.
Te deseo lo mejor, porque te amo.