Nos adentramos con sigilo como si el bebé no tuviera que despertarse y la madre somnolienta no se diera cuenta que estábamos experimentando con todo y explosivos, Justo frente a su cara. Hasta que sucedió lo impensado, dos escarchas colgantes se habían agolpado hasta derretir el hielo que se asomaba por los codos. Al fin el agua corría libremente hasta llegar a inundar toda la casa. Fue fatídico el día en que se evaporó todo lo que se había derramado para convertirse en el destello de algo que un día había sido.
Tres tiempos más tarde y las gotas aún tintineaban la canción que se aprendieron en un par de días, pero ahora la cantaban solas, tristes y desanimadas. El cielo había dejado de ofrecer su rocío y las nubes se negaban a cooperar. El nudo en la garganta fue tan fuerte que logró anudar pensamientos hasta anidar inseguridades; y todo comenzó por ese helado que no se debían comprar.