- No tienes idea Paola, mamá me trajo un regalo gigante, estoy muy nervioso - Dijo Alejandro, casi en un susurro, mientras su hermana lo miraba incrédula.
- No creo que sea una gran cosa, ¿Recuerdas cuando cumpliste 9 y papá envolvió una caja gigante y solo era un par de calcetines? - se mofó.
Con ojos avergonzados, Alejandro le lanzó una mirada para que ella se sintiera culpable - Ya me contaron que fuiste tú la de la idea, y quisiera olvidarlo, fue la mayor decepción de mi vida
- ... hasta ahora - rió Paola una vez más
- Ay, no empieces, la última vez que dijiste eso, me cayeron 3 grillos en la cabeza.
Ambos caminaron riendo por el pasillo que les llevaba a la cocina; aún en pijama, se asomaron por la entrada para no revivir sustos del pasado y entraron cuando supieron que estaba todo despejado.
La cocina olía a huevos recién hechos, pan recién tostado y la torta que su madre les había preparado: Chocolate en el relleno, bizcocho de vainilla y merengue en la cubierta. Su padre entró en la cocina tras ellos cargando dos botellas de jugo, naranja y piña, sus favoritos.
- ¡Ahí están mis cumpleañeros! - Dijo el hombre con sonrisas en el rostro, se acercó a ellos y les dió un fuerte abrazo a cada uno.
- No tan fuerte papá, aún tengo que ir a la escuela hoy - Intentó decir Alejandro, pero sonó más como balbuceos inaudibles.
Se sentaron alrededor de la mesa para compartir el pan que les había abierto el apetito cuando escucharon la puerta abrirse de golpe ante la llegada de la abuela. Los ojos de los chicos se abrieron de par en par, dejaron toda la comida en la mesa y corrieron a recibirla. Ella sonreía en la puerta esperando que sus nietos lograran abrazarla detrás de las maletas que llevaba en cada brazo.
- ¡Nunca había sido tan difícil traerles estos regalos! Ahora que cumplen 17 dejaron de ser niños, y ya no sé qué tipo de cosas les gustan, así que traje de todo.
- Pero abuela, ¡no tenías que molestarte! - Exclamó Paola, con una sonrisa fingida en el rostro que Alejandro reconoció en su propia cara.
- Es lo menos que puedo hacer, los veo dos veces al año, debemos hacer que estos encuentros sean significativos.
- Entren todos - Dijo su padre, confiado que ellos no lo harían por los siguientes 10 minutos - Ya casi van a ser las 11 de la mañana.
Después de besos y abrazos, la mamá de los mellizos al fin había logrado tenerlos a todos reunidos en la mesa de la cocina para finalmente contarles las buenas noticias.
- Cariño - Dijo Marta - Dile a nuestros hijos la estupenda noticia.
- Excelente niños - Comenzó el padre - Ya saben lo difícil que ha estado el trabajo, y saben lo duro que ha trabajado papá por esto, pero después de pedirlo y trabajar duro, al fin me ascendieron a supervisor.
Los niños estaban anonadados, saltaron de alegría para abrazar a su papá, su mamá se unió al festejo y la abuela no pudo resistir ante tanta algarabía y comenzó a mover sus brazos en el aire. Un ascenso es lo que la familia necesitaba hace más de un año, cuando las cuentas comenzaron a aumentar y los fondos comenzaron a escasear. La familia había salido adelante casi con lo justo durante mucho tiempo, y el señor Montenegro había trabajado incansablemente por ser elegible para el nuevo puesto de trabajo.
Con los ojos llenos de lágrimas, Marta los reunió para una foto familiar antes de abrir el primer regalo de Alejandro. Inmortalizaron el momento con la vieja cámara fotográfica y se prometieron enmarcar la foto antes de Diciembre.
- Hijos, no saben lo feliz que me hace tenerlos - Dijo su madre, aún con algunas lágrimas corriéndole por las mejillas - Ustedes han sido dos luceros en mis momentos más oscuros.
- Pero mamá, no me hagas llorar - Dijo Alejandro - Aún tengo que abrir mis regalos, y no quiero estar llorando en cada foto.
- Eres mi hijo y es mi deber como madre avergonzarte en cada foto familiar. - Asintió burlesca su madre - Así tendré material suficiente para cuando tengas una noviecita.
Tras un par de fotos, la abuela se acercó con el par de regalos que tenía para su nieto mayor, los dejó en la mesa junto a los regalos que tenían los padres y se sentó frente al muchacho.
- Ahora hijo - Lo animó el Señor Montenegro - es tu momento de abrir tus regalos - Mientras sujetaba la cámara frente a su cara, listo para capturar el momento de sorpresa exacto en el que vería la consola de juegos que estaba por abrir.
Alejandro revisó con su mirada cada uno de los regalos y decidió tomar la caja más grande que estaba en el centro, la consola de videojuegos. Se acercó con emoción, pero al momento de entrar en contacto con la caja, el joven se desvaneció como si nunca hubiera existido en la habitación.