Para Paola, las mañanas de cumpleaños cambiaron rotundamente desde que su hermano había desaparecido. Los días de soplar velas a la hora precisa de su nacimiento y abrir regalos en la cocina en compañía de su hermano se habían acabado. Ya no habían regalos por separado ni habían velas que soplar a las 11:53, y sola no apagaría las velas a las 12:07. Los últimos 5 cumpleaños habían sido exactamente iguales para ella; levantarse, tomar el mismo desayuno de cada día, cantar el cumpleaños feliz en su mente y luego salir a estudiar y trabajar. La vida había continuado forzosamente tras unos meses de dolor, aún había que pagar cuentas y todavía era necesario graduarse de la universidad.
- Otra vez olvidas tu bolso Pao - le recordó su papá desde el comedor.
- No lo olvidé - Mintió Paola, mientras volteaba a buscarla - Tú me la escondiste - Le dijo a su papá con una pequeña sonrisa burlona. Ahora, las bromas de su padre habían disminuído considerablemente, era difícil hacer reír al resto cuando alguien se había perdido, especialmente cuando ese alguien era tu otra mitad.
- Tengo algo para ti hija, es un presente que llevo meses guardando - Sonrió con dificultad su padre, esperando causar algún tipo de emoción en su hija.
- Gracias papá, déjalo en mi habitación y lo abro en la tarde cuando vuelva, te amo papá.
Salió rápidamente de la casa, pero nada parecía estar bien, una sensación le molestaba en el pecho, como si algo hubiese olvidado. Caminó directo por la calle de siempre, pero la sensación le molestaba sobremanera. Tras pensarlo un par de minutos, decidió devolverse a su casa. No bien abrió la puerta, se encontró a su papá llorando en el pasillo. Con ambas manos en la cara, sollozaba con fuerza, como si quisiera sacarse toda la pena de un solo llanto.
- ¿Qué pasa papá? - Se preocupó ella, corrió para abrazar a su padre, pero él no se lo permitió.
- Vete hija, no quería que me vieras así, solo que no pude contenerme - Dijo con ojos llenos de lágrimas.
- ¿Es por mamá? Yo también la extraño - Susurró Pao - Pero no hay mucho que podamos hacer, está así desde lo de Alejandro.
- Si tan solo pudiera abrazarla una vez más - Vaciló antes de continuar - no tendría este peso en mis hombros.
- Papá, las cosas mejorarán, sé que lo harán, solo debemos ser pacientes. - Paola decía a su padre, aunque lo hacía principalmente para darse consuelo a ella misma, y si eso ayudaba a consolar a su abrumado padre, entonces valía la pena. - Ahora me tengo que ir, pero antes, abramos mi regalo de cumpleaños juntos, ¿Qué te parece?
Su padre abrió sus ojos con un destello de felicidad que hace años Paola no veía en él. Se abrazaron una última vez y se dirigieron a su habitación en el segundo piso. Paola abrió la puerta de su habitación y el destello de la luz del sol iluminó la cama vacía de Alejandro. Sus cosas habían permanecido intactas por si en algún momento volvía a aparecer; sin embargo, esto drenaba el ánimo de Paola cada vez más. Bajó la cabeza para esconder su amargura, pero su padre fue rápido en notarlo, porque él había hecho lo mismo un segundo antes. Abrazó a su hija y le besó la frente.
- Ya deberíamos sacar todo de aquí, así tendrás más espacio - Dijo él, esperando que su hija se sintiera igual.
- No lo sé, papá, ¿Y si vuelve? - Dijo Pao, pero ni ella creía lo que estaba diciendo.
Avanzaron hasta el final de la habitación y el papá tomó la caja para dársela a su hija. Sin quitarle los ojos de encima al regalo, se lo acercó para que Paola pudiera tomarlo con ambas manos. La chica se dio cuenta de los detalles y el esfuerzo que había hecho su padre en adornar el papel de diario con stickers de su caricatura favorita, hace años que no veía esa serie, pero sin duda le hacía sonreír incluso de tan solo recordarla. Se notaba que las calcomanías eran atiguas, porque los brodes habían dejado de ser blancos y se habían tornado un tanto amarillas. Además, las había pegado con cinta adhesiva en vez de solo pegarlas con el pegamento incorporado. Después, observó con cuidado cada una de las marcas que su padre había hecho con el viejo marcador rojo, corazones, estrellas y sonrisas se veían en cada cara de la caja. Pao se emocionó hasta las lágrimas de notar el cuidadoso esfuerzo que su Padre había invertido en su regalo, sus ojos vidriosos se abrían de asombro y su corazón latía fuerte. Abrazó con amor a su papá, un abrazo como el que no se habían dado en años, y le susurró al oído:
- Eres el mejor papá del mundo, no sé qué habría sido de mi sin ti durante todo esto.
Su padre sujetó con fuerza el regalo mientras abrazaba a su hija con solamente un brazo. Animado, le dijo a Paola que por fin abriera su regalo de cumpleaños, a lo que la chica accedió. Antes de tocar la caja vio su reloj y sonrió al darse cuenta que eran las 12:07, y dijo a su padre:
- Quién diría que, 5 años después, una parte de la tradición volvería a ser parte de mi cumpleaños. - Sonrió mientras su padre terminaba de cantar el cumpleaños feliz y hacía como que tenía una vela en su dedo. Paola sopló la llama imaginaria y se acercó a tomar su regalo.
En el momento en que su piel entró en contacto con la caja, sintió un cosquilleo en la nuca, una picazón en la planta de sus pies y su corazón bombeando sangre más rápido. En cuestión de segundos había entrado en una especie de vórtice de muchos colores para salir arrojada en calles que no conocía.
Asustada, intentó preguntarle a las personas que caminaban cerca de ella en qué lugar estaba, pero todos la miraban con caras confundidas. Paola estaba mareada y con ganas de vomitar, sentía que en cualquier momento se desmayaría, pero enfocó su visión a los carteles que le rodeaban. "Ne plie pas" y "Musée à 5 km" fue lo único que pudo divisar a la distancia. Su rostro palideció y supo de inmediato que estaba en algún lugar de Francia, sin manera de comunicarse con su padre y sin manera de volver a casa.
- Otra vez olvidas tu bolso Pao - le recordó su papá desde el comedor.
- No lo olvidé - Mintió Paola, mientras volteaba a buscarla - Tú me la escondiste - Le dijo a su papá con una pequeña sonrisa burlona. Ahora, las bromas de su padre habían disminuído considerablemente, era difícil hacer reír al resto cuando alguien se había perdido, especialmente cuando ese alguien era tu otra mitad.
- Tengo algo para ti hija, es un presente que llevo meses guardando - Sonrió con dificultad su padre, esperando causar algún tipo de emoción en su hija.
- Gracias papá, déjalo en mi habitación y lo abro en la tarde cuando vuelva, te amo papá.
Salió rápidamente de la casa, pero nada parecía estar bien, una sensación le molestaba en el pecho, como si algo hubiese olvidado. Caminó directo por la calle de siempre, pero la sensación le molestaba sobremanera. Tras pensarlo un par de minutos, decidió devolverse a su casa. No bien abrió la puerta, se encontró a su papá llorando en el pasillo. Con ambas manos en la cara, sollozaba con fuerza, como si quisiera sacarse toda la pena de un solo llanto.
- ¿Qué pasa papá? - Se preocupó ella, corrió para abrazar a su padre, pero él no se lo permitió.
- Vete hija, no quería que me vieras así, solo que no pude contenerme - Dijo con ojos llenos de lágrimas.
- ¿Es por mamá? Yo también la extraño - Susurró Pao - Pero no hay mucho que podamos hacer, está así desde lo de Alejandro.
- Si tan solo pudiera abrazarla una vez más - Vaciló antes de continuar - no tendría este peso en mis hombros.
- Papá, las cosas mejorarán, sé que lo harán, solo debemos ser pacientes. - Paola decía a su padre, aunque lo hacía principalmente para darse consuelo a ella misma, y si eso ayudaba a consolar a su abrumado padre, entonces valía la pena. - Ahora me tengo que ir, pero antes, abramos mi regalo de cumpleaños juntos, ¿Qué te parece?
Su padre abrió sus ojos con un destello de felicidad que hace años Paola no veía en él. Se abrazaron una última vez y se dirigieron a su habitación en el segundo piso. Paola abrió la puerta de su habitación y el destello de la luz del sol iluminó la cama vacía de Alejandro. Sus cosas habían permanecido intactas por si en algún momento volvía a aparecer; sin embargo, esto drenaba el ánimo de Paola cada vez más. Bajó la cabeza para esconder su amargura, pero su padre fue rápido en notarlo, porque él había hecho lo mismo un segundo antes. Abrazó a su hija y le besó la frente.
- Ya deberíamos sacar todo de aquí, así tendrás más espacio - Dijo él, esperando que su hija se sintiera igual.
- No lo sé, papá, ¿Y si vuelve? - Dijo Pao, pero ni ella creía lo que estaba diciendo.
Avanzaron hasta el final de la habitación y el papá tomó la caja para dársela a su hija. Sin quitarle los ojos de encima al regalo, se lo acercó para que Paola pudiera tomarlo con ambas manos. La chica se dio cuenta de los detalles y el esfuerzo que había hecho su padre en adornar el papel de diario con stickers de su caricatura favorita, hace años que no veía esa serie, pero sin duda le hacía sonreír incluso de tan solo recordarla. Se notaba que las calcomanías eran atiguas, porque los brodes habían dejado de ser blancos y se habían tornado un tanto amarillas. Además, las había pegado con cinta adhesiva en vez de solo pegarlas con el pegamento incorporado. Después, observó con cuidado cada una de las marcas que su padre había hecho con el viejo marcador rojo, corazones, estrellas y sonrisas se veían en cada cara de la caja. Pao se emocionó hasta las lágrimas de notar el cuidadoso esfuerzo que su Padre había invertido en su regalo, sus ojos vidriosos se abrían de asombro y su corazón latía fuerte. Abrazó con amor a su papá, un abrazo como el que no se habían dado en años, y le susurró al oído:
- Eres el mejor papá del mundo, no sé qué habría sido de mi sin ti durante todo esto.
Su padre sujetó con fuerza el regalo mientras abrazaba a su hija con solamente un brazo. Animado, le dijo a Paola que por fin abriera su regalo de cumpleaños, a lo que la chica accedió. Antes de tocar la caja vio su reloj y sonrió al darse cuenta que eran las 12:07, y dijo a su padre:
- Quién diría que, 5 años después, una parte de la tradición volvería a ser parte de mi cumpleaños. - Sonrió mientras su padre terminaba de cantar el cumpleaños feliz y hacía como que tenía una vela en su dedo. Paola sopló la llama imaginaria y se acercó a tomar su regalo.
En el momento en que su piel entró en contacto con la caja, sintió un cosquilleo en la nuca, una picazón en la planta de sus pies y su corazón bombeando sangre más rápido. En cuestión de segundos había entrado en una especie de vórtice de muchos colores para salir arrojada en calles que no conocía.
Asustada, intentó preguntarle a las personas que caminaban cerca de ella en qué lugar estaba, pero todos la miraban con caras confundidas. Paola estaba mareada y con ganas de vomitar, sentía que en cualquier momento se desmayaría, pero enfocó su visión a los carteles que le rodeaban. "Ne plie pas" y "Musée à 5 km" fue lo único que pudo divisar a la distancia. Su rostro palideció y supo de inmediato que estaba en algún lugar de Francia, sin manera de comunicarse con su padre y sin manera de volver a casa.