lunes, 22 de noviembre de 2021

La bruja no es quien tú crees.

 Debí saber que la tercera era la vencida. Debí ver las marcas al rededor de la manzana antes de morderla. Pero, ¿Qué podía hacer? De todas maneras ella me asesinaría después de esta tarde. Ya me había salvado de su magia un par de veces, había logrado escapar de casa antes que ella llegara, pero Roja no es fácil de esquivar. 

Dice que es por su abuela, y que necesita el cofre que mi padre escondía siempre, pero nunca nadie la ha visto, nadie sabe de su existencia y todos dudan de que la “abuela” siquiera sea real. 

Pero ese día me atrapó mientras salía del lobby, pensé que estaría a salvo si me escondía entre los lugares menos concurridos, pensé que luego del ataque a la oficina del penúltimo piso ella no vendría a este sector otra vez, al menos no por mucho tiempo. Pero debí haber notado las marcas en el piso, los olores a fruta fresca entre el polvillo de la explosión reciente. Nunca noté las señales, y caí por mi propia curiosidad. 

Una tarde refrescante la vi llegar, y me escondí. Dejó sus armas sobre el único mesón que se mantenía en pie, se quitó el abrigo rojo y se dejó caer entre los montones de basura del lugar. Un suspiro profundo fue evidencia de su cansancio. Sus manos con guantes gastados no dejaron caer la pistola. 

Traté de alejarme, pero en mi retirada hice sonar bolsas de basura. Ella volvió a su estado de alerta y salió corriendo en dirección del sonido. Me escabullí hasta lograr ocultarme entre los escombros, y ella salió a vigilar. 

Ya fuera de peligro, me acerqué a ver cuáles de sus armas me podía llevar para protegerme, pero vi su cesta de frutas, todas brillantes y preciosas. No me resistí y tomé la primera. Estaba exquisita, dulce como no había probado en mucho tiempo. Los aromas que expedía me recordaron a tiempos antiguos en los que solía caminar por el pasto junto a Papá, cómo él me acariciaba las rodillas cuando me caía y cómo me peinaba cuando mamá dejó de estar con nosotros. 

Tomé otra, una de un verde brillante, también deliciosa. Sus aromas aún más apetecibles que la anterior. No tuve la fuerza suficiente par aguantar todos los recuerdos que me inundaron en aquel momento y caí de rodillas, disfrutando ambas frutas, escasas como nunca antes se había visto. Decidí en ese mismo instante llevar una tercera para comerla más tarde. Roja, brillante, olía a oportunidad, a salvación. 

Mi mente gritaba que la guardara, que no la comiera, pero mis manos desobedecieron y me hicieron presa del momento de emoción. Luego de la primera mordida la volví a ver; frente a mi, con una sonrisa diabólica estaba ella, con sus botas hasta la pantorrilla y sus cuchillos afilados. Se acercó a mí lentamente, sin apartar la mirada de mis manos. Me amarró ambas muñecas y susurró: “No creí que serías una presa tan fácil”. 

Se me nubló la vista en poco tiempo, mis dedos cosquilleaban, como intentando recobrar la fuerza que necesitaban para liberarme de este atavío. Todo fue en vano, porque cuando desperté estaba dentro de una caja de Cristal, quienes me rodeaban lloraban mi muerte, pero no podían escuchar mis gritos ahogados por la desesperanza de fruta recién cortada. 

lunes, 8 de noviembre de 2021

El verdadero lobo viste de Rojo

 Sabía que sería la última vez que la vería. Sus botas carmesí aplastaban una vasija al mismo tiempo que lograba volver en mí mismo. El ataque nos había tomado por sorpresa, me hubiese gustado poder ver mejor, pero todo el humo cubría la oficina. Su abrigo estaba lleno de artefactos que ninguno podía comprender, probablemente de ahí extrajo los explosivos. La tierna mujer que nos había acompañado durante todo un mes en el departamento de finanzas se había transformado a alguien feroz, que podía escuchar todo lo que planificábamos, desarrollar su estrategia sin ser capturada, rodeada de personas que no sospechaban en absoluto. 

Me observó por un momento, como si mirarme fijamente le hiciera entender mejor lo que sucedía en mi mente, arrugó la nariz, y balbuceó unas palabras que no comprendí. En lo que retrocedió del marco de la ventana, sacó un juego de esposas del abrigo y lo lanzó en mi dirección. El mundo dejó de dar vueltas por una fracción de segundo en la que alcancé a ver su rostro con detención una última vez. Sus lágrimas bañaron sus mejillas pecosas, pero una malévola sonrisa se adelantó. 

“Póntelas” me gritó, pero no pude reaccionar. Salí del shock sólo para notar que tenía un arma en una de sus manos, cargada y sin el seguro, estaba lista para dispararme ante cualquier paso en falso. Me agaché con cuidado de no provocar molestia, con la mirada fija en las esposas. Estaban aún tibias cuando las tomé y las aseguré a mi muñeca y al fierro del pasillo. Parecía que todo se calmaría, cuando un sonido extraño recorrió la habitación. Sabía que nos habían ido a rescatar tras la llamada de emergencia, pero jamás pensé que se demorarían tan poco. 

En un momento de duda, reconocí el botín entre sus bolsillos, y la duda me alcanzó. Quise acercarme para quitarle la pequeña caja, pero las esposas y el arma no me lo permitían. “¿Por qué lo haces?” Le grité, aún con la vista fija al suelo. Sonrió como si hubiera llegado al límite de su paciencia. “Lo lamento, pero mi abuela lo necesita” dijo en una voz áspera. 

Un sonido retumbó en mis oídos, un sabor metálico salió de mi garganta y comprendí lo que acababa de suceder. Mi mano libre recorrió mi abdomen hasta encontrar el agujero que había dejado la bala, la levanté para comprobar que era yo mismo en el suelo quién combinaba a la perfección con sus botas, su abrigo y su cabello, y me desplomé, cediendo ante el dolor y entregándome al final menos esperado.