Debí saber que la tercera era la vencida. Debí ver las marcas al rededor de la manzana antes de morderla. Pero, ¿Qué podía hacer? De todas maneras ella me asesinaría después de esta tarde. Ya me había salvado de su magia un par de veces, había logrado escapar de casa antes que ella llegara, pero Roja no es fácil de esquivar.
Dice que es por su abuela, y que necesita el cofre que mi padre escondía siempre, pero nunca nadie la ha visto, nadie sabe de su existencia y todos dudan de que la “abuela” siquiera sea real.
Pero ese día me atrapó mientras salía del lobby, pensé que estaría a salvo si me escondía entre los lugares menos concurridos, pensé que luego del ataque a la oficina del penúltimo piso ella no vendría a este sector otra vez, al menos no por mucho tiempo. Pero debí haber notado las marcas en el piso, los olores a fruta fresca entre el polvillo de la explosión reciente. Nunca noté las señales, y caí por mi propia curiosidad.
Una tarde refrescante la vi llegar, y me escondí. Dejó sus armas sobre el único mesón que se mantenía en pie, se quitó el abrigo rojo y se dejó caer entre los montones de basura del lugar. Un suspiro profundo fue evidencia de su cansancio. Sus manos con guantes gastados no dejaron caer la pistola.
Traté de alejarme, pero en mi retirada hice sonar bolsas de basura. Ella volvió a su estado de alerta y salió corriendo en dirección del sonido. Me escabullí hasta lograr ocultarme entre los escombros, y ella salió a vigilar.
Ya fuera de peligro, me acerqué a ver cuáles de sus armas me podía llevar para protegerme, pero vi su cesta de frutas, todas brillantes y preciosas. No me resistí y tomé la primera. Estaba exquisita, dulce como no había probado en mucho tiempo. Los aromas que expedía me recordaron a tiempos antiguos en los que solía caminar por el pasto junto a Papá, cómo él me acariciaba las rodillas cuando me caía y cómo me peinaba cuando mamá dejó de estar con nosotros.
Tomé otra, una de un verde brillante, también deliciosa. Sus aromas aún más apetecibles que la anterior. No tuve la fuerza suficiente par aguantar todos los recuerdos que me inundaron en aquel momento y caí de rodillas, disfrutando ambas frutas, escasas como nunca antes se había visto. Decidí en ese mismo instante llevar una tercera para comerla más tarde. Roja, brillante, olía a oportunidad, a salvación.
Mi mente gritaba que la guardara, que no la comiera, pero mis manos desobedecieron y me hicieron presa del momento de emoción. Luego de la primera mordida la volví a ver; frente a mi, con una sonrisa diabólica estaba ella, con sus botas hasta la pantorrilla y sus cuchillos afilados. Se acercó a mí lentamente, sin apartar la mirada de mis manos. Me amarró ambas muñecas y susurró: “No creí que serías una presa tan fácil”.
Se me nubló la vista en poco tiempo, mis dedos cosquilleaban, como intentando recobrar la fuerza que necesitaban para liberarme de este atavío. Todo fue en vano, porque cuando desperté estaba dentro de una caja de Cristal, quienes me rodeaban lloraban mi muerte, pero no podían escuchar mis gritos ahogados por la desesperanza de fruta recién cortada.