sábado, 9 de noviembre de 2024

"Amigos"

- Nadie va a entenderlo, porque los amigos no hacen esas cosas, menos este tipo de cosas. 
- Pero nadie necesita saberlo, a menos que empieces a contarle a tus amigas. 
- Aunque no lo creas, ellas son las que menos me juzgarían. ¿Sabes quién me haría la cruz? 
- ¿Quién? 
- Tu mamá. 
- Pero tampoco necesita saberlo, en verdad podría quedar exclusivamente entre nosotros dos. 
- ¿Solo sería esta vez? 
- ¡Claro! ¿Me crees un aprovechado? 
- Solo pregunto porque estoy segura que vas a querer intentarlo una vez más. 
- Hablando en serio, si, esto de “solo una vez” es para poder eliminar la barrera de que nunca lo haremos. 
- Igual va a ser cada vez complicado ocultar las ganas, te lo aseguro, ya lo he vivido. 
- Deberíamos inventarnos una seña secreta, cosa de que solo tú y yo sepamos cuando me dan ganas de besarte. 
- Tiene que ser una seña secreta que podamos hacer frente a los demás y que parezca normal. 
- ¿Algo como un abrazo? 
- ¡No! Tu siempre me abrazas sin permiso. 
- Debe ser porque siempre quiero besarte. 
- Debe ser algo con las manos, algo como cuando uno tiene sed y se toca el cuello. 
- Si fuera por eso, las personas pensarían que me estoy ahogando de tanta sed. ¿Podemos dejar la seña para más rato y concentrarnos en que no nos hemos besado? 
- Es que debemos ser precavidos en esto, no podemos llegar y hacerlo así como si nada, esto va a cambiar algunas cosas. 
- Eso solo pasa en tu mente, porque en mi mente no ha cambiado nada. 
- Ya pero, después de besarme, ¿esperas algo de mí? 
- ¿Algo como que me beses devuelta? 
- No, ¿esperas una relación conmigo? Tengo que saberlo antes de hacer cualquier cosa. 
- En verdad, solo estoy pensando en besarte, llevo rato solo mirándote los labios y ya no aguanto. 
- Eres tan inexperto en esto, se supone que deberías esconder un poco esas ganas. 
- No lo creo, quizá te acostumbraste a que nadie reconozca que te tiene ganas. 
- ¿Cómo puedes ser tan valiente para decir cosas tan arriesgadas? 
- No soy valiente, soy estúpido, y estoy temblando completo por dentro, pero todo este nerviosismo me da un cosquilleo exquisito, déjame besarte. 
- Cuando pones tus manos en mi cuello de esa manera, no me resisto. 
- ¿Y si la otra mano la uso para sujetarte de la espalda? 
- Me derrito. 
- Ya déjame besarte. 
- Pero que sea la única. 
- Tenlo por seguro (que no). 

La luna en tus ojos

 ¿Cómo le explico a la luna de melancolías si ella te ve cada noche? 
¿Cómo le hago entender de nostalgia si te sigue con la mirada incluso sin que tú la notes? 
Si ella, con su brillo, acaricia tu sonrisa, jamás se enteraría que no te veo desde aquella risa coqueta de medio día. 
Tal cual las nubes que revolotean a su alrededor, tu mirada ronda en mis recuerdos y los remecen, provocándome a imaginar lo inalcanzable. 
Ella avanza rauda y veloz, dejando atrás a quien pestañee y quien se distraiga por algún otro brillo. Por mucho que la cubran las nubes, sigue ahí, intacta. Y así sigues tú en mi pensamiento, con tu pose intacta y tus manos listas para ayudar. 
Probablemente me imaginé toda la trama e inventé el final de cuentos que tanto esperaba, o quizá no inventé nada y descifré tus silencios y medias sonrisas, para darme un mensaje completo de medias salidas.

Así te conocí

Toda la vida estaba encasillada en los qué dirán, en las historias que me contaban de lo mal que salen las cosas cuando uno confía inmediatamente en alguien, y sin quererlo, rompí todas esas reglas. 

Me dicen que las coincidencias son solo cosas del destino que juegan a tu favor y a veces en tu contra, pero conocerte en este tiempo, de esta manera, no hay coincidencia que pueda explicarlo. 

Fue muy fácil encontrar los puntos en común que hilaban nuestras ideas, fue sencillo encajar las piezas de un puzzle que pensábamos nadie más sabría armar, esas piezas idénticas solo las teníamos nosotros. 

El hielo se rompió desde el primer momento en que nos dimos cuenta que las risas son para ambas pantallas del chat, y la cosa se fue poniendo buena. 

“No confíes en nadie” dijiste tú, contándome tu vida como si me conocieras de hace mucho tiempo. “Vamos despacio” susurrabas en la mitad de la noche, mientras imaginabas cómo se llamarían nuestros hijos. Eres la antítesis de tus propios consejos, te ríes de mi y te avergüenzas de tus heridas de guerra, sin saber que son esas marcas las que enternecen mi corazón. 

Te escudas en tu silencio cuando escuchas algo que te impacta, pero ese mismo silencio es el que me indica que todo va bien, porque a pesar de evitar producir sonidos, tus pensamientos gritan aquello que yo también estoy pensando. 

“Hasta ahora todo va bien”, dices con ánimo, pero las cosas no van bien, las cosas van más que bien. 

miércoles, 25 de octubre de 2023

Solo te encuentro cuando sueño

Ya van cinco noches seguidas, siempre un tema distinto, pero siempre contigo.

El primer día estuviste en peligro, el destino te salvaba como si fueras el protagonista de una película. El segundo día yo estuve en peligro... pero de enamorarme de ti. Tus ojos no paraban de encontrarse con los míos, hasta que los abrí. El tercer día desafiaste mis inseguridades, te quedaste con las imperfecciones y aceptaste todos mis prejuicios... y supe que estaba perdida. Me recibiste con los brazos abiertos, listo para abrigarme en medio de una noche helada. El cuarto día me había acostumbrado a verte a mi lado, incluso al punto de necesitarte para tomarte de la mano. 

Pero el quinto día sufrí con tu secuestro, se me apretó el corazón cuando entramos a la reunión y no estabas. Todos hacían como que nunca exististe, pero me hacías falta. Preguntaba por ti pero nadie daba respuestas. Te llamé varias veces, pero no respondías el teléfono, hasta que en un llamado comenzó a sonar tu celular muy cerca mío. Corrí para buscarte, subí hasta el cuarto piso del edificio, y grité tu nombre varias veces. Las lágrimas corrieron por mis mejillas al abrir la última puerta y verte tirado en el piso, ensangrentado completo, con manos y pies atadas. Era evidente que habías recibido golpes, pero nunca había imaginado la magnitud de tu sufrimiento hasta que te oí hablar. 

Tomé tu rostro en mis manos, te quité el pañuelo de la boca y abriste los ojos con dificultad. El brillo no se había apagado, y lloraste junto a mi al verme arrodillada frente a ti. "¿Qué te pasó?" Pregunté varias veces,  pero no sabías nada, perdiste la conciencia y despertaste en esta sala. No pude evitar abrazarte y llorar un poco más. 

Ya con las manos y pies desatados, te ayudé a levantarte, solo para sorprenderme del tremendo cuchillo que tenías en el costado. Entré en pánico, pensando que ya habrías perdido mucha sangre. Tomé el teléfono y llamé a una ambulancia mientras te ayudaba a caminar hasta el ascensor. 

Todo se había oscurecido, y a esas horas de la noche, la melancolía se encaja con mayor fuerza en los pulmones, y me costaba respirar. Intentabas hablar y hacerme reír, pero en mi preocupación, sólo podía pedirte que dejaras de hablar y guardar esa energía para después. 

Llegamos al hospital y te internaron, la enfermera me retó un par de veces por no haberte protegido con más ahínco, por haberte perdido de vista y por no haberme esforzado lo suficiente en cuidarte de camino al recinto. Me sentí culpable de todas aquellas veces que hice las cosas sola, y de cómo dejé que te perdieras a la deriva. Me culpé de haber avanzado tres pasos sin retroceder a asegurarme que estabas dándolos tú también. Pero me interrumpió el pitido, estabas colapsando, y tu herida del costado estaba dejándote partir. Todos corrían, y nadie me explicaba nada. 

Los doctores se abalanzaron a atenderte y reanimarte, la máquina seguía sonando desesperadamente, y mi corazón quería estallar. Grité con todas mis fuerzas, y tus ojos encontraron los míos. En ese último pestañeo, solamente podía ver las ganas que te quedaban de seguir juntos y de sonreír una vez más, pero mi grito fue más fuerte... y desperté llamándote.