miércoles, 25 de octubre de 2023

Solo te encuentro cuando sueño

Ya van cinco noches seguidas, siempre un tema distinto, pero siempre contigo.

El primer día estuviste en peligro, el destino te salvaba como si fueras el protagonista de una película. El segundo día yo estuve en peligro... pero de enamorarme de ti. Tus ojos no paraban de encontrarse con los míos, hasta que los abrí. El tercer día desafiaste mis inseguridades, te quedaste con las imperfecciones y aceptaste todos mis prejuicios... y supe que estaba perdida. Me recibiste con los brazos abiertos, listo para abrigarme en medio de una noche helada. El cuarto día me había acostumbrado a verte a mi lado, incluso al punto de necesitarte para tomarte de la mano. 

Pero el quinto día sufrí con tu secuestro, se me apretó el corazón cuando entramos a la reunión y no estabas. Todos hacían como que nunca exististe, pero me hacías falta. Preguntaba por ti pero nadie daba respuestas. Te llamé varias veces, pero no respondías el teléfono, hasta que en un llamado comenzó a sonar tu celular muy cerca mío. Corrí para buscarte, subí hasta el cuarto piso del edificio, y grité tu nombre varias veces. Las lágrimas corrieron por mis mejillas al abrir la última puerta y verte tirado en el piso, ensangrentado completo, con manos y pies atadas. Era evidente que habías recibido golpes, pero nunca había imaginado la magnitud de tu sufrimiento hasta que te oí hablar. 

Tomé tu rostro en mis manos, te quité el pañuelo de la boca y abriste los ojos con dificultad. El brillo no se había apagado, y lloraste junto a mi al verme arrodillada frente a ti. "¿Qué te pasó?" Pregunté varias veces,  pero no sabías nada, perdiste la conciencia y despertaste en esta sala. No pude evitar abrazarte y llorar un poco más. 

Ya con las manos y pies desatados, te ayudé a levantarte, solo para sorprenderme del tremendo cuchillo que tenías en el costado. Entré en pánico, pensando que ya habrías perdido mucha sangre. Tomé el teléfono y llamé a una ambulancia mientras te ayudaba a caminar hasta el ascensor. 

Todo se había oscurecido, y a esas horas de la noche, la melancolía se encaja con mayor fuerza en los pulmones, y me costaba respirar. Intentabas hablar y hacerme reír, pero en mi preocupación, sólo podía pedirte que dejaras de hablar y guardar esa energía para después. 

Llegamos al hospital y te internaron, la enfermera me retó un par de veces por no haberte protegido con más ahínco, por haberte perdido de vista y por no haberme esforzado lo suficiente en cuidarte de camino al recinto. Me sentí culpable de todas aquellas veces que hice las cosas sola, y de cómo dejé que te perdieras a la deriva. Me culpé de haber avanzado tres pasos sin retroceder a asegurarme que estabas dándolos tú también. Pero me interrumpió el pitido, estabas colapsando, y tu herida del costado estaba dejándote partir. Todos corrían, y nadie me explicaba nada. 

Los doctores se abalanzaron a atenderte y reanimarte, la máquina seguía sonando desesperadamente, y mi corazón quería estallar. Grité con todas mis fuerzas, y tus ojos encontraron los míos. En ese último pestañeo, solamente podía ver las ganas que te quedaban de seguir juntos y de sonreír una vez más, pero mi grito fue más fuerte... y desperté llamándote. 

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